Por
PEDRO OLALLA
Aunque los gastos en
educación no son en absoluto la causa de la "crisis", los recortes en
educación sí son, inexorablemente, su más inmediata consecuencia. ¿Cómo se
justifica esto? De ningún modo que pueda resultar aceptable. En el caso de Grecia,
el presupuesto anual de educación no llega siquiera para pagar los intereses de
un par de meses de la supuesta "deuda". Esto indica dos cosas; una:
que, aunque se suprimiera por completo el presupuesto de educación, poco podría
hacerse frente al pago; y dos: que el origen de esa abultada "deuda"
no podrá nunca ser atribuido a los excesos en el presupuesto de educación. Sin
embargo –tanto en Grecia como en España–, si hay que recortar, se recorta por
educación; y si se recorta por educación, se empieza siempre por las
humanidades.
Descartada la rentabilidad
económica de esta medida, sólo queda pensar en la rentabilidad estratégica. Esa
sí que está clara. En el actual plan de privatización de la riqueza nacional,
de desmantelamiento del estado social y de debilitamiento progresivo del
proyecto de la democracia, la educación de calidad sobra por completo. Basta
con unos rudimentos de índole instrumental que permitan guardar las
apariencias. Toda educación orientada al desarrollo integral de la persona y al
potenciamiento de sus cualidades discursivas y críticas va en contra de los
intereses dominantes. Por eso, sobra educación, y sobran especialmente las
humanidades.
Así pues, ante esta
situación de desatino, hace falta de nuevo salir en defensa de lo obvio,
insistir una vez más en la necesidad profunda de las humanidades. Podrían
aportarse numerosas razones para defender la presencia de estos conocimientos y
esta actitud en el mundo, pero referiré tan sólo una que considero suficiente
para que queden excusadas todas las demás. El cultivo de la actitud humanista
es fundamental en toda sociedad, porque de esa actitud emana la ética; y sin
ética, no hay conquistas ni progreso: sólo abuso, sólo caos. El ejercicio de la
ética –que no tiene que ver con la acatación sumisa de un código moral
establecido– nos faculta para elegir consciente y responsablemente entre un
comportamiento y otro, es decir, nos faculta para la libertad. Sin ética no hay
libertad posible; ni tampoco esperemos democracia, ni justicia, ni política, ni
solidaridad. Nada de eso es posible sin las humanidades, sin una formación que
dé profundidad y perspectiva a la voluntad humana, sin un adiestramiento en la
argumentación y en el discurso, sin artes para defender el pensamiento.
Quien recorta lo sabe. ¿Qué
es lo primero que se apresura a cercenar cualquier régimen totalitario?: la
libertad de pensamiento y de expresión. ¿Cuáles son, en verdad, las intenciones
de un sistema que abogue por dejar de cultivar esta actitud y esta potencia en
los niños y en los hombres? ¿Sobre qué humanidad desea gobernar un sistema que
tienda a limitar progresivamente ese espacio humanista? Renunciando a las
humanidades dejamos vía libre a la ley del más fuerte, a que los más poderosos
y menos escrupulosos manden sobre una masa ignara e impotente. Y esa
perspectiva no carece de adeptos.
Día a día, en nombre de la
"crisis", retroceden la historia, la filosofía, la filología, las
artes, la formación de la ciudadanía, y prospera un desprecio y una desafección
particular por la cultura clásica, por el latín y el griego, las dos lenguas
que, desde hace milenios, aportan sin fatiga la materia prima de nuestro
pensamiento. Así pues, tengamos una cosa clara: los recortes en educación no
son para economizar recursos, sino para atajar la disidencia.