Rodríguez
Adrados clama por la desaparición de las lenguas clásicas del bachillerato. Y
su parroquia lo respalda.
Luis Alemany | Madrid
¿Quién va a entender eso de 'Ínclitas
razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda' de Rubén Darío ahora que el latín
y el griego llevan camino de desaparecer definitivamente de la educación media
en España?
El helenista Francisco Rodríguez
Adrados recibió ayer la noticia del Premio Nacional del las Letras que le concedió el Ministerio de Educación,
Cultura y Deporte, y aprovechó la atención para recordar su agravio: ¿de
verdad queréis un mundo sin latín y sin griego? En su argumentación, la
idea recurrente de que las lenguas clásicas hacen mejores personas a aquellos
que las estudian. Idea que, para los que apenas recordamos unas pocas clases de
latín bastante desganadas en Segundo de BUP, nos suena a misterio. ¿De verdad
que el griego cambia la vida de sus alumnos?
"Cuando yo era pequeña, hace
ya algunos añitos, después de la reválida de 4º, que nos otorgaba el título
de Bachiller Elemental, se imponía una decisión importantísima: ¿Ciencias o
Letras? Y hete aquí que mocosos de 13 o 14 años nos veíamos obligados a elegir.
No más de dos opciones. Y en cada una de ellas, el menú estaba fijado por
adelantado: Latín / Griego o Matemáticas/Física y Química. Confieso que me
daba un poco de envidia oír a mis amigas hablar de logaritmos neperianos y cosas
de esas. Debía de ser interesantísimo, pero yo me encontré con mi elección como
pez en el agua. Aquel rompecabezas fascinante de las lenguas clásicas me
apasionó desde el principio: el sistema de casos y la compleja sintaxis que me
hacían ver más claro el funcionamiento de las propias estructuras de mi lengua,
el origen de tantas y tantas palabras oscuramente amenazantes que de repente se
iluminaban y cobraban un sentido pleno (democracia, economía,
otorrinolaringólogo...) y nombres propios (Ítaca, Odisea, Penélope...), lugares
comunes que explicaban gran parte de nuestra tradición artística y humanística.
En el fondo, me habría gustado ser como Leonardo y tener acceso a todo el saber
de mi tiempo, en el que las lenguas clásicas tenían todavía tanto que
decir".
La primera en contestar es María
José Carpena, catedrática de Bachillerato en un instituto de Valladolid,
entusiasta del griego y el latín. ¿Han sido las clásicas un equipaje valioso en
su vida? "¡Qué bueno que cargué con él! Por supuesto, antes de la
aldea global y su consiguiente invasión de anglicismos, las lenguas clásicas
eran el manantial del que brotaban los tecnicismos, el lenguaje científico, la
jurisprudencia, la economía y hasta la política. Y a quienes me digan (y haberlos
haylos) que es algo totalmente inútil les preguntaría por la utilidad de tantas
y tantas cosas que han llenado nuestras cabezas sin ayudarnos a conocer el
mundo y, sobre todo, sin hacernos felices. Porque yo fui fundamentalmente
feliz, estudiando latín y griego. ¿Para qué sirve conocer la vida de nuestros
antepasados de Atapuerca o de las cuevas de Altamira? ¿Y los viajes a la Luna o
a Marte? ¿Y el salto del tipo ése del otro día que tuvo embobado a medio
planeta? ¿Hay algo que proporcione más felicidad que el hecho de conocernos a
nosotros mismos, nuestras posibilidades y el mundo que nos rodea? Cuando el
latín y el griego desaparezcan del bachillerato perderemos algo valioso en el
camino: como cada vez nos interesa más el carácter utilitario, las viejas
pregunas (¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?) dejarán paso a un no menos
misterioso futuro:¿adónde vamos? y, sobre todo, ¿ganaremos lo suficiente para
llegar allí (donde quiera que sea)?".
Gracias por el latín
Siguiente voz: Ángel Suárez,
profesor de EGB y ESO durante cuatro décadas, sesentón y leonés. "Yo era
un crío de familia modesta que, para seguir estudiando, entré en el
Seminario Diocesano de León. Allí, Primero de Bachiller se llamaba Primero de
Latín. Fueron, en total, seis años de latín y tres años de griego y no tengo
palabras para dar las gracias a la vida y a los profesores que tuve por esa
experiencia. Con los años he olvidado mucho de lo que aprendí, pero queda un
poso importantísimo. Es como esos delanteros que parece que no están pero luego
aparecen en el momento más importante...".
"Cuando me encuentro con
alguien que tiene una buena formación en lenguas clásicas es fácil reconocerlo,
hay una mente estructurada, un claridad en la manera de expresarse.... Nunca
dejaré a nadie que presuma del dominio de la lengua castellana si no me demuestra
que tiene una formación sólida en lenguas clásicas". Y no sólo en asuntos
de letras. "En mi vida he dado muchas clases de matemáticas. Cuando
explicaba Pitágoras, empezaba por contar a los alumnos que hipotenusa viene de
'hipoteino', tensar, y que catetos, de cateino, caer en perpendicular... Era
una forma expresiva de enseñar, de buscar un aprendizaje comprensivo".
"El día que desaparezcan las
clásicas de nuestra educación será para mal. Nos quejamos de la ortografía, de
los errores que cometen los alumnos... Ahí subyace el desconocimiento del
latín".
Y por qué no la Filosofía
Para representar a las siguientes
generaciones de estudiantes de griego y latín, aparecen dos periodistas de este
diario, Jorge Salido y Ángel Casaña, y una profesional del márketing, Alejandra
Suárez.
Empieza Suárez: "La elección
fue por descarte. Estaba convencida de que se me daban mal las ciencias,
curiosamente los derroteros profesionales que me ha deparado la vida, me han
descubierto que los números se me dan bastante bien. Después, toda mi vida
profesional la he desarrollado en márketing pero de formación soy filóloga.
Siempre he sentido que tanto el hecho de 'ser de letras' como el de
tener una formación atípica en este contexto profesional, me daban un toque
diferente. No le puedo decir qué concretamente han aportado las lenguas
clásicas, pero si es cierto que el dominio del lenguaje y de la comunicación es
diferente. No se trata de conocer más o menos palabras o etimologías, se trata
de una sensibilidad especial hacia la importancia de las formas de comunicar en
general". Y el día que el latín desaparezca del bachillerato...
"Personalmente no me dará pena. Soy consciente de que el mundo evoluciona
y no soy nada conservadora, confío en que las materias que vengan a sustituir
también aporten mucho a las nuevas generaciones. Lo que si defiendo es el
prestigio de las letras, que ya llevan demasiado tiempo estando un tanto
demonizadas".
Continúa Jorge Salido: "Hice
la EGB en mi pueblo y, acabado, este ciclo opté por irme a hacer el
Banchillerato al Seminiario Menor de Cuenca, en Uclés. No por vocación,
sino para formarme. Allí, evidentemente, se apostaba por una educación ligada a
las letras puras, que era también lo que más me atraía. De este modo, desde
primero de BUP hasta COU hice Latín (me examiné en selectividad: 9,5
-increíble, era complicado) y desde segundo de BUP hasta COU también estudié
Griego (me examiné en selectividad: 5,5, poco para lo bien que se me daba). Los
curas son muy dados a las lenguas clásicas".
"La verdad es que las
clásicas no me han servido para mucho salvo para conocer el origen de la
mayoría de palabras del castellano. Buena opción fue ir al Seminario a
formarme, luego allí no había posibilidad de elegir. Eso sí, gracias a la nota
de Latín en selectividad pude acceder a Periodismo. ¿Quién me lo iba a decir?
Pero como el Latín y Griego, tampoco me ha servido mucho en la vida otras
asignaturas como Literatura o Filosofía. Bueno, quizá Latín y Griego me
sirvieron de algo más porque además del idioma también se aprendía cultura y
podíasconocer los orígenes de la actual civilización". "Al margen de
la utilidad en la vida real, creo que sí se perdería algo importante en la
formación. ¿Por qué eliminar Griego y Latín y no Filosofía, por ejemplo? La
riqueza de vocabulario del castellano viene de estas lenguas y siempre es bueno
saber cuáles son nuestras raíces. Evidentemente, nadie se va a comunicar en
ellas, pero son mucho más que unas lenguas".
Y acaba Casaña: "Entré en
griego porque no quería hacer otra cosa, tenía muy clara la vocación de letras.
Tengo el recuerdo de unas clases muy divertidas. El griego era difícil, era
difícil entender, pero, al mismo tiempo, era fácil. Quiero decir que todo era
como un juego, una indagación, de modo que era sencillo encontrar la motivación
y la concentración. No sé si el griego me ha servido para nada en concreto,
pero siempre intuyes que cualquier conocimiento que te hayas 'metido en el
cuerpo' ha sido para bien".