Hoy
tienes en el alma noche de luna llena,
tu
eternidad aúlla detrás del pensamiento,
en las
dunas del dolor que hemos dejado atrás
para
llegar aquí y estar tan solos.
Encargaré
a los pinos que lacren tu conciencia
con
resina salvaje,
y
entenderás el llanto de los lobos,
los
frágiles dialectos de los copos de nieve.
Serás
la reina aquí. Serás la enredadera que suba
por el
tronco de mis árboles,
serás
la milenrama que busquen los enfermos de
esperanza.
Vengo
del Norte,
de
donde las sirenas siguen llamando a Ulises,
de
donde los recuerdos se borran con la lluvia,
de
donde los destinos se reman con los brazos muy
abiertos.
Ella
viene conmigo
para
daros a luz una provincia de perfumes.
Ella
trae las cenizas del gélido nordeste.
Vengo
del Norte,
a
encender las luciérnagas de vuestra soledad,
a
tatuaros la piel con el rumor de los enjambres.
Mi
silencio revienta como la pasión de las legumbres.
Aquí
extenderemos las paredes de nuestro nuevo
mundo
y ella
tendrá un estanque y un sueño de pizarra
y unos
ojos azules como los dioses áticos.
Quiero
que la felicidad desprenda la fragancia
de los
albaricoques
y se
siente a morir cada tarde un momento.
Si me
miráis así seré un poco más viejo que la tierra,
porque
vuestras pupilas giran con el vapor de las
embarcaciones
en que
navegan los antepasados.
Ella
tiene dos pueblos hundidos en el alma
y en
noches como ésta habla con el acento de los
pantanos;
lleva
en el corazón un campanario
para
que nunca más estéis tan apartados de las
golondrinas
y
sepáis la hora por su tristeza románica.
Vengo
del Norte,
de una
aldea tranquila donde la muerte viaja en un tren
de
carbón,
de la
llamada azul de los afiladores,
de una
granja apartada de todos los destinos.
(Aurelio González Oviés, Vengo del Norte)