© Tom
Gauld
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El tiempo pasa rápido. Lo sabemos. Especialmente se percibe en el campo de las Nuevas Tecnologías sobre todo para quienes pertenecemos a la llamada Galaxia Gutenberg tal como la define McLuhan, es decir, el periodo
de hegemonía de la letra impresa; quizás por ello algunos hemos sido un tanto reacios a esta nueva Galaxia Internet, un mundo digital y virtual que intenta gobernar nuestro mundo "real" que diría Castells.
La tecnología influye decisivamente en nuestra sociedad, economía, cultura y también en nosotros. Lo importante es saber cómo utilizarla en nuestro campo profesional porque de ello podemos obtener notables beneficios. En cuanto a su aplicación en la labor docente coincido con el profesor Javier
Valera Bernal en que el uso de las Nuevas Tecnologías en las Humanidades principalmente
de Internet y de las redes tiene que plantearse desde tres claves: controlar,
acotar y mediar. Esto es, debemos guiar las búsquedas, seleccionar la información
existente en la red que sirva para nuestro objetivo educativo y mediar, nunca ser espectadores en el proceso sino formar un triunvirato que lleve a
buen puerto el fin que deseamos alcanzar.
Pero más allá de estos planteamientos profesionales me
surge una pregunta esencial, ¿Qué futuro espera a las Humanidades en esta nueva
edad que Castells denomina Galaxia
Internet? Es evidente que estamos perdiendo la base formativa sobre las
disciplinas humanísticas y lamentablemente asistimos a una devaluación y
menosprecio de estos conocimientos, consecuencia lógica de una sociedad donde
prima la producción económica frente al fomento de la cultura y la educación.
¿Supondrá esta Galaxia
Internet el fin del libro y terminará con el propio proceso creativo? ¿Este
desarrollo de las N. T. y la superabundancia de información no están
fomentando, paradójicamente, una desculturización generalizada, incluso me
atrevería a decir cierta deshumanización que nos lleva a solidarizarnos con un
habitante de una telecalle virtual mientras
desconocemos y somos indiferentes con nuestro vecino real? Es un tema francamente
apasionante y el tiempo marcará el destino. Sin duda la postura más sensata me
parece la del justo medio. Vemos que siempre,
en todo, subyace la cultura grecolatina, la que fundamenta nuestra propia
civilización como tan certeramente apuntó Joaquín Jareño al que cito porque me
parece que ha dado en el quid de la cuestión al hablar de nuestra sociedad de la abundancia de medios y
carencia de fines, una realidad vista desde el campo de las Humanidades.
Recuperando mi idea del justo medio considero que ni neoluditas
ni tecnófilos. Ni adorar las nuevas
tecnologías como un nuevo dorado,
panacea de todos los sumun, ni entenderlas como un oscuro enemigo que se ha infiltrado
en nuestro cosmos humanista para aniquilarlo; ya Platón en su Fedro nos advierte del miedo que sintió
el rey Thamus cuando Theuth le presentó su invento (la escritura) como un fármaco de la memoria y de la sabiduría
a lo que el rey le replicó que solo produciría olvido en las almas de quienes
lo aprendiesen puesto que al descuidar la memoria fiándose de lo escrito
llegaría al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde ellos
y por ellos mismos. Recelos, miedos frente a lo nuevo, lo desconocido, lo que a
veces produce vértigo.
Por lo tanto ni apocalípticos
ni integrados que diría Umberto Eco.
Ocupada esta semana en estos asuntos, nada triviales, me
encuentro ayer el artículo de Luis Antonio de Villena donde reflexiona sobre la
cultura en el sentido que tradicionalmente
la hemos entendido y plantea la siguiente interrogante, ¿está la alta cultura tocada de muerte? ¿Qué
papel juegan en ello las nuevas tecnologías? Transcribo su texto y que cada uno extraiga
sus propias conclusiones.
"Algunos pedirían saber de entrada qué es lo que distingue a
la llamada “alta cultura” de la otra o popular, a su vez con muchos grados y
modalidades. Tratemos de empezar fácil: “Alta cultura” es la cultura que
procede de unas Universidades buenas o que tiene un nivel parigual. “Alta
cultura” es la de la persona que tiene estudios superiores y sabe que no se
puede dejar de aprender, y busca aumentar sus conocimientos y su inteligencia,
porque entiende asimismo que la cultura es un trabajo pero, a la par,
un placer. La persona ilustrada. Hablaré de la cultura del libro, pero la
cultura de la imagen (artes plásticas, cine) está, en verdad, muy estrechamente
ligada. La mayoría cree, en este momento, que la “alta cultura” está tocada de
muerte. Conste, que al hablar de libros no hablo de su soporte (papel o
electrónica) sino del hecho mismo de leer, y de buscar intelecto y calidad,
porque no existe otro modo de avance…
España (poseedora de una gran tradición de creación de
cultura) ha sido secularmente deficitaria en el consumo de esta, bien por la
pobreza del país –que conlleva incultura- bien por las prohibiciones
eclesiásticas o gubernamentales hacia cuanto fuera heterodoxo o nuevo. Una
larga serie de malos planes de estudio (Wert es sólo el último eslabón) hace
que nuestros jóvenes –sálvense siempre las minorías pertinentes- cuenten entre
los peor preparados de Europa y entre los que menos leen. Yo no era franquista
en absoluto y detesté al dictador. Pero he de decir (con pena) que cuando
terminé el bachillerato en 1968 sabía bastante más que muchos de los que hoy
terminan una carrera universitaria. El Gobierno ayuda poco, y en una España
deficitaria en cultura (entiéndase “alta”) el Gobierno debiera ayudar. El IVA
del 21% es señal de catástrofe. Preocupadas ante todo por el dinero y no por la
calidad del producto, muchas editoriales de antiguo y prestigioso nombre se han
lanzado a la carrera del “bestsellerismo” de baratura (novelas planas en estilo
de teletipo o libros de periodismo hodierno a menudo con personajes de la
telebasura) haciendo que bastantes escritores notables, que buscan literatura
culta, con saberes y miras altas, tengan dificultades para publicar. Hace días
supe que una de las más clásicas, antiguas y meritorias editoriales del país,
proclamaba que el libro que más vendió en la temporada pasada fue las
“Memorias” de Carmen Bazán. Al preguntar yo (en serio) quién era esa señora, me
contestaron que la madre del torero Jesulín de Ubrique. Literalmente se me cayó
el alma a los pies. Sería mejor que esa editorial cerrase para demostrar, al
menos, nuestra nada y nuestra vergüenza. Lo dijo hace un año Vargas Llosa en su
ensayo “La civilización del espectáculo”: “la cultura, en el sentido que
tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días, a punto de
desaparecer.” Todo el mundo (en plena demagogia) se apresura a afirmar que hay
que decir lo que se piensa, pero pocos saben lo que Emilio Lledó nos
recuerda, hablando de Epicuro: “debemos (antes) pensar lo que decimos.” Con un
pueblo básicamente inculto y que ha dejado de respetar la cultura o de saber
para qué sirve –para ser humano-, con un Gobierno que no ayuda y muchas
editoriales y empresas comerciales que desdeñan la calidad a favor del dinero,
nada puede extrañarnos. El mundo del libro culto pasa dificultades
agónicas y hay autores (de alma frívola y baladí) que venderían el espíritu del
que carecen, en su ludismo insano, por pegar un pelotazo de ventas con
cualquier fruslería. Como dijeron Ortega y Eliot sólo las minorías cultas
pueden crear y defender esa “alta cultura” que no es cerrada, sino abierta,
pero a la que se llega por la reflexión y el estudio que nos hace humanistas,
más hombres. Octavio Paz decía (hace veinte años) que el ya minoritario mundo de
la poesía “vivía en las catacumbas”, hoy hay que decir que toda cultura
superior (insisto en salvar las excepciones) vive también en las catacumbas. En
un país de 42.000.000 de habitantes, la mayoría de los libros que importan
raramente superan la tirada de 5000 ejemplares, que probablemente no se agota.
Muchos tenemos la sensación ( a veces bien constatada) de que grandes
empresas culturales –no todas- están en manos de hombres o de mujeres mediocres
que han de juzgar por móviles económicos a personas de mucho más nivel que
ellos. Y los juzgan y muy a menudo los rechazan. Si yo tuviera que sintetizar
en un viejo refrán el penoso estado de la “alta cultura” en la España de hoy,
repetiría uno que aprendí de estudiante: “Los sandios hacen los banquetes a los
sabios”. Es decir, los que menos valen guían a los que valen más. Escribir
mejor, pensar con altura, subir el listón de la excelencia, leer con provecho,
parecen ya actos no sólo vacíos (por ignorancia) sino inútiles. Pero si un
personaje verbenero de la telebasura saca un libro que se olvida semanas
después, se lo corea como a un campeón olímpico y muchos de nuestros mediocres
medios de comunicación se vuelcan con el producto y el personajillo. Sigue
teniendo razón Lope: “y pues lo paga el vulgo/ es justo hablarle en necio/ para
darle gusto.” ¿Latín?, ¿griego? Boberías de pedantes. Oraciones subordinadas,
lentitud del pensamiento, novelas con literaturidad o poesía (casi la que sea),
bueno, cosas para cuatro raros… Boecio –un hombre forjado en la plenitud de la
gran cultura antigua- a fines del siglo V tiene que servir al rey de los
ostrogodos, Teodorico, a quien la “Odisea” o la “Eneida” debían importarle un
comino. Termina por encarcelar al docto, que muere el año 524, ejecutado, en
medio de un mundo brutal que no entiende y que no le entiende. Por eso Boecio
es llamado “ultimus romanorum”, es decir, el último de los romanos. ¿No
hay ya, entre nosotros, algunos redivivos Boecios?
Aunque no es la primera vez que la cito, lamento no
recordar al autor de esta expresión leída y no mía: “Estamos entrando en una
Edad Media tecnológica”. Diría, mejor, que hemos entrado ya. Todo el
mundo usa Internet (usamos), se afana en la última generación de móviles con
acceso a la red y se deleita en la “play station” y en sus juegos habitualmente
violentos, al tiempo que luce tabletas e Ipods con fotos estupendas de brillo
que muestran y hacen a la ocasión más tonta. Dice mucho de este mundo: se
intenta apresar la banalidad porque (inconscientemente) la mayoría de esa gente
–incluso los que se creen preocupados por la injusticia y las desigualdades-
viven en la banalidad felizmente instalados. Pero, atención, todos estos
usuarios de informática de vanguardia, nada o casi nada saben de ella ni
tampoco de otras disciplinas. Una inmensa ignorancia (camuflada por noticias de
última hora) es el verdadero panorama de un pueblo más dócil que nunca a las
tropelías de los gobiernos porque tiene miedo y poca cabeza. Alguien ha
definido al hombre actual (lejos del “faber” y del “ludens”) como “homo
timens”, esto es, el hombre atemorizado, con miedo. La cultura de verdad
ayudaría a superar el miedo y la tibieza, pero como vemos –y son sólo
pinceladas- la gran cultura, la que toca la fibra íntima y hace crecer, no sólo
está de capa caída sino en trance de muerte. ¿Seremos los nuevos “últimos
romanos”? ¿Somos ya el final de la generación de los libros y de la lectura
como instrumentos de placer pero también de pensamiento, de hondura? Filósofos
notables como fue el querido Eugenio Trías, son ahora mismo
incomprensibles para la inmensa mayoría, y tiene que ser un talento, como es
Fernando Savater, el que deba rebajarse para hacer divulgación, pura y
buena divulgación, que algunos juzgarán “Ser y tiempo”. Me quedo corto. Sólo sé
decir que naufragamos. Empieza la Edad Media."