Théodore Chassériau, Apolo y Dafne |
Hoy
celebramos el día del libro recordando las Metamorfosis
de Ovidio y en concreto uno sus mitos, el de Apolo y Dafne.
De
las diferentes traducciones que se han hecho de esta obra he elegido para que nos acompañe la realizada por Emilio Rollié, publicada por la editorial
Losada. Aquí queda el apunte por si a alguien le interesa adquirirla.
En
los quince libros que componen las Metamorfosis
el poeta de Sulmona narra una serie de leyendas temáticamente independientes si
bien en todas se produce algún tipo de “transformación”.
Así,
leemos al inicio del Libro I:
In nova fert
animus mutatas dicere formas
corpora; di, coeptis (nam vos mutastis et illas)
adspirate meis primaque ab origine mundi
ad mea perpetuum deducite tempora carmen!
corpora; di, coeptis (nam vos mutastis et illas)
adspirate meis primaque ab origine mundi
ad mea perpetuum deducite tempora carmen!
Me lleva mi
espíritu a hablar sobre los cambios de forma
que renovaron
los cuerpos. Alentad mi proyecto, dioses,
ya que vosotros
también las cambiasteis, y guiad hasta mis días
desde el
remoto origen del mundo un poema de largo aliento.
Dejando
al margen la consideración de si este largo poema pertenece al género épico o
no, lo cierto es que esta obra ha sido admirada como una de las mejores de Ovidio.
APOLO
Y DAFNE
Antonio del Pollaiolo, Apollo and Daphne
|
Relata
el poeta que el dios Apolo, tras matar a la temible serpiente Pitón, engreído y
soberbio por el triunfo detiene su mirada en el pequeño Cupido mientras este
tensa el arco. Febo se burla del hijo de Venus y menospreciando sus poderes le
invita a ocuparse de asuntos más livianos, los del amor. Esta actitud
fanfarrona de Apolo provoca la cólera de Cupido que para dejar bien claro quién
era el más poderoso de los dos toma de su aljaba dos flechas, a Apolo le clava
la de la punta de oro (cuando esta te alcanza inevitablemente caes rendido en
las redes del amor), la segunda de plomo que provoca el más absoluto rechazo la
dirige a la hermosa ninfa Dafne. Como no podía ser de otro modo Febo se enamora
perdidamente de la bellísima dríade a la que desea con loca pasión pero sus
intentos por ser correspondido son en vano. Ella desprecia cualquier acercamiento por lo que molesta y
contrariada ante el asedio del dios emprende la huída hasta que agotada por el
cansancio y sintiéndose presa de un destino no deseado le suplica a su padre el
dios del río, Peneo, que la libere. Sus ruegos son atendidos y es transformada
en laurel. Apolo ante la imposibilidad de obtener a su amada rodea con sus
brazos el tronco del árbol y delicadamente separa unas ramas con las que teje
una corona; será el laurel a partir de este momento símbolo del dios que nunca
envejecerá.
Primus amor
Phoebi Daphne Peneia, quem non
fors ignara
dedit, sed saeva Cupidinis ira,
Delius hunc
nuper, victa serpente superbus,
viderat
adducto flectentem cornua nervo
'quid' que
'tibi, lascive puer, cum fortibus armis?'
dixerat: 'ista
decent umeros gestamina nostros,
qui dare certa
ferae, dare vulnera possumus hosti,
qui modo
pestifero tot iugera ventre prementem
stravimus
innumeris tumidum Pythona sagittis.
tu face nescio
quos esto contentus amores
inritare tua,
nec laudes adsere nostras!'
filius huic
Veneris 'figat tuus omnia, Phoebe,
te meus arcus'
ait; 'quantoque animalia cedunt
cuncta deo,
tanto minor est tua gloria nostra.'
dixit et eliso
percussis aere pennis
inpiger
umbrosa Parnasi constitit arce
eque
sagittifera prompsit duo tela pharetra
diversorum
operum: fugat hoc, facit illud amorem;
quod facit,
auratum est et cuspide fulget acuta,
quod fugat,
obtusum est et habet sub harundine plumbum.
hoc deus in
nympha Peneide fixit, at illo
laesit
Apollineas traiecta per ossa medullas;
protinus alter
amat, fugit altera nomen amantis
silvarum
latebris…
………………….
………………….
viribus
absumptis expalluit illa citaeque
victa labore
fugae spectans Peneidas undas
'fer, pater,'
inquit 'opem! si flumina numen habetis,
qua nimium
placui, mutando perde figuram!'
[quae facit ut
laedar mutando perde figuram.]
vix prece
finita torpor gravis occupat artus,
mollia
cinguntur tenui praecordia libro,
in frondem
crines, in ramos bracchia crescunt,
pes modo tam
velox pigris radicibus haeret,
ora cacumen
habet: remanet nitor unus in illa.
Hanc quoque
Phoebus amat positaque in stipite dextra
sentit adhuc
trepidare novo sub cortice pectus
conplexusque
suis ramos ut membra lacertis
oscula dat
ligno; refugit tamen oscula lignum.
cui deus 'at,
quoniam coniunx mea non potes esse,
arbor eris
certe' dixit 'mea! semper habebunt
te coma, te
citharae, te nostrae, laure, pharetrae;
tu ducibus
Latiis aderis, cum laeta Triumphum
vox canet et
visent longas Capitolia pompas;
postibus
Augustis eadem fidissima custos
ante fores
stabis mediamque tuebere quercum,
utque meum
intonsis caput est iuvenale capillis,
tu quoque
perpetuos semper gere frondis honores!'
finierat
Paean: factis modo laurea ramis
adnuit utque
caput visa est agitasse cacumen.
La hija de
Peneo, Dafne, fue el primer amor de Febo;
y no se lo
impuso un oscuro azar, sino la vengativa mano
de Cupido.
El delio,
soberbio por haber vencido poco antes
a la serpiente,
lo había visto
cuando tiraba la cuerda de su flexible arco,
y así le había
dicho: “¿Lascivo niño, qué tienes tú que ver
con potentes
armas? Ellas lucen cuando van sobre
mis hombros,
pues yo puedo
herir certeramente a fieras y a enemigos;
y así,
llenándola de innumerables flechas, humillé
hace poco
a Pitón, cuyo
ponzoñoso vientre cubría distancia
tan enorme.
Conténtate
encendiendo amores con tu antorcha,
amores que no
conozco, y no te apropies de mi alabanza.
Y así contestó
el hijo de Venus: “Que tu arco hiera a todos
los seres,
y el mío solo
a ti. Así como todas las criaturas son inferiores
a un dios,
del mismo modo
tu gloria es inferior a la nuestra”.
Dijo, e
impulsándose en el aire con el batir de sus alas,
se posó
velozmente en la umbrosa cima del Parnaso
y, de su
repleto carcaj, tomó dos flechas de distintos efectos:
una que atrae
el amor, y otra que lo rechaza:
la que lo
atrae tiene aguda punza y es de oro esplendoroso,
y no es
puntiaguda la que lo ahuyenta, y lleva plomo
al final de la caña.
El dios le
clavó a Dafne, la ninfa Penide, esta flecha; y
con la otra
hirió a Apolo hasta la médula de sus huesos…..
…………………
…………………...
Cuando sus fuerzas se agotaban, ella palidece
y, vencida
por el esfuerzo
de la rápida
fuga, dice, contemplando las aguas del Peneo:
“¡Ayúdame,
padre, si los ríos tenéis un lumen!
¡Desvanece,
transformándome, esta figura con la que gusto
demasiado!”
Apenas
finalizado su ruego, conquista sus miembros
una torpe pesadez:
su tierno
pecho es cubierto por delicada corteza,
sus cabellos
se tornan hojas, y sus brazos, ramas;
sus pies,
antes tan rápidos, se paralizan entre inmóviles
raices;
de su rostro
se forma la copa; solo la hermosura queda
en ella.
Febo la sigue
amando, y, apoyando su mano en el tronco,
siente el
pecho aun jadeante bajo la nueva corteza,
y, rodeando
con sus brazos las ramas que habían sido
miembros,
daba besos a
la madera; pero esta, sin embargo, los rehuía,
y dijo
entonces el dios: “Aunque no puedes ser mi esposa,
serás mi
árbol. ¡Oh, laurel! Te acompañarán por siempre
mi cabello,
mi cítara y mi
carcaj. Tú coronarás a los generales del Lacio
cuando una voz
cante alegremente el Triunfo
y el Capitolio
sea testigo de largas procesiones.
Estarás
también en los portales de Augusto, la más fiel
guardiana de
su puerta, y cuidarás la corona de la encina
allí colgada,
y, así como
los cabellos nunca cortados hacen que mi cabeza
luzca juvenil,
también tú
lleva por siempre la eterna gloria de tu follaje.
Así terminó
Peán, y el laurel mostró su acuerdo
con sus nuevas ramas, y se lo vio
mover la
punta, como asintiendo con la cabeza.
El
mito entre pinceles y versos.
Comenzamos con todo un caballero renacentista, mi admirado Garcilaso de la Vega y su célebre soneto XIII,
A
Dafne ya los brazos le crecían
y en
luengos ramos vueltos se mostraban;
en
verdes hojas vi que se tornaban
los
cabellos qu’el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían
los
tiernos miembros que aun bullendo ’staban;
los
blancos pies en tierra se hincaban
y en
torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a
fuerza de llorar, crecer hacía
este
árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que
con llorarla crezca cada día
la
causa y la razón por que lloraba!
Cornelis de Vos, Apolo persiguiendo a Dafne |
Seguimos con otro maestro del soneto, don Francisco de Quevedo,
A Apolo siguiendo a Dafne
Bermejazo
platero de las cumbres,
a cuya
luz se espulga la canalla:
la
ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la
quieres gozar, paga y no alumbres.
Si
quieres ahorrar de pesadumbres,
ojo
del cielo, trata de compralla:
en
confites gastó Marte la malla,
y la
espada en pasteles y en azumbres.
Volvióse
en bolsa Júpiter severo;
levantóse
las faldas la doncella
por
recogerle en lluvia de dinero.
Astucia
fue de alguna dueña estrella,
que de
estrella sin dueña no lo infiero:
Febo,
pues eres sol, sírvete de ella.
A Dafne, huyendo de Apolo
“Tras
vos, un alquimista va corriendo,
Dafne,
que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?
Vos os
volvéis murciégalo sin duda,
pues
vais del Sol y de la luz huyendo.
Él os
quiere gozar, a lo que entiendo,
si os
coge en esta selva tosca y ruda:
su
aljaba suena, está su bolsa muda;
el
perro, pues no ladra, está muriendo.
Buhonero
de signos y planetas,
viene
haciendo ademanes y figuras,
cargado
de bochornos y cometas."
Esto
la dije; y en cortezas duras
de
laurel se ingirió contra sus tretas,
y, en
escabeche, el Sol se quedó a escuras.
Tintoretto,
Dafne y Apolo
|
Tiépolo, Apolo y Dafne |
Tiépolo, Apolo persiguiendo a Dafne |
En el Barroco el poeta Gabriel Bocángel lo cantó de
este modo,
Apolo siguiendo a
Dafne
Al viento
su esperanza y su porfía,
siguiendo
Apolo a Dafne encomendaba;
el
miedo, con que el paso aceleraba,
su
blanco pie de plumas guarnecía.
De su
madeja el oro reducía
el
viento a rayos con que al Sol flechaba,
mientras
amor, injusto, preparaba
la
victoria mayor a quien huía;
cuando
la ninfa exclama al padre undoso,
y,
humanando un laurel, halla venganza
del
Sol en el auxilio de Peneo.
“¡Ay!
-dijo Apolo al árbol desdeñoso-,
¿por
qué si en ti fallece mi esperanza
verde
imagen te ofreces al deseo?
Avanzamos en el tiempo y nos encontramos con Rubén
Darío que también bebe de la fuente mitológica, en el poema elegido hay una
doble referencia, Apolo-Dafne y Syrinx-Pan,
¡Dafne,
divina Dafne! Buscar quiero la leve
caña
que corresponda a tus labios esquivos;
haré
de ella mi flauta e inventaré motivos
que
extasiarán de amor a los cisnes de nieve.
Al
canto mío el tiempo parecerá más breve;
como
Pan en el campo haré danzar los chivos;
como
Orfeo tendré los leones cautivos,
y
moveré el imperio de Amor que todo mueve.
Y todo
será, Dafne, por la virtud secreta
que en
la fibra sutil de la caña coloca
con la
pasión del dios el sueño del poeta;
porque
si de la flauta la boca mía toca
el
sonoro carrizo, su misterio interpreta
y la
armonía nace del beso de tu boca.
En los versos de la poeta española Ana Rossetti,
Waterhouse, Apollo
and Daphne
|
Mi jardín de los suplicios
En el
jardín secreto, bajo el árbol,
despacio,
muy despacio, desataste mis trenzas
y
luego, impetuoso, porque yo sentí frío
y
terca me negaba, arrancaste mi ropa.
Con
cíngulo de larga enredadera
la
deslucida organza que sirviera de colcha
a la
cuna común, experto me ceñiste.
En la
callada hora, muy lejos de los padres,
con
jugo de geranios la boca me teñías
y
ajorcas vegetales en mis breves tobillos
se
enroscaron.
Bailé furiosamente.
Cual
halo tras de mí henchíase la túnica,
en
torno a ti crecían los aros de mis huellas.
Yo,
tanagra diversa, evasivo laurel
y tú
quieto. Perfectamente quieto.
salvo
el brazo con el que me flagelabas.
En la cerámica de Nicola da Urbino,
En
escultura, Bernini
Mito
y música.
Haendel, Apollo e Dafne.
Gracias por recoger con tanta sensibilidad distintas versiones de esta metamorfosis que ha inspirado así a diferentes artistas
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Belén.
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