Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


sábado, 27 de abril de 2013

Entre luces y sombras






Un poeta: Ángel González     

                         Un pintor: Leonid Afremov





















                                        FINALMENTE

                              Al final de la vida,
                              no sin melancolía,
                                                                  comprobamos
                              que, al margen ya de todo,
                              vale la pena.

                              Poco de lo restante prevalece.







 TANGO DE MADRUGADA

El bandoneón recorre
estremecidamente
escotes y columnas vertebrales.
Aprisionado por guitarras de amplio radio,
por profundas y agónicas guitarras,
el bandoneón estira
su indolencia y su ronca
sonoridad marina trasplantada.

Hay un instante frívolo
cuando baila la gente.
Hay un momento turbio
en el que desfallezco.
Hay un minuto roto
en el que todo es llanto.

Por detrás del violín apunta la esperanza:
una leve esperanza densamente imposible.
Sé que no has de volver.
La mujer canta.
Sé que no has
de volver. La noche
sigue. Sé  
que no has de volver.

                                           La canción huye,
borracha y sollozante,
hacia la calle,
donde el duro reflejo de unos vidrios helados
la rechaza y la triza contra el suelo.







LA TROMPETA
(Louis Armstrong)

¡Qué hermoso era el sonido de la trompeta
cuando el músico contuvo el aliento
y el aire de todo el Universo
entró en aquel tubo ya libre
de obstáculos!

Qué bello resultaba el estremecimiento
producido por el roce
de los huracanes contra el metal,
de los cálidos
vientos del Sur, y luego del helado
austral, que dio la vuelta al mundo.

El viento solano llegó lleno de luz
salpicando de sol y de verano.
El siroco dejó un poco de arena,
y el mistral
era casi silencio,
igual que los alisios.

Pero escuchad,
escuchad todavía
el ramalazo,
la poderosa ráfaga
que trae gotas de azul
y deja
sobre la piel
la húmeda caricia del salitre.

Un grito agudo interrumpió la melodía.
El artista, extrañado,
agitó su instrumento,
y cayó al suelo, yerto, rota,
una brillante y negra golondrina.




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