Francisco Martínez de la
Rosa por el grabador José Gómez
(Museo Zumalakarregi
- Vía álbum SIGLO XIX)
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Se nota que es viernes porque vaya tarde la de hoy. De
risa en risa leyendo un estupendo libro de poesías jocosas y humorísticas del
siglo XIX. No tiene desperdicio, es un auténtico regalo lleno de epigramas,
parodias, letrillas, fábulas…
Otra forma de poesía a la que algunos llaman “menor”,
desde luego muy diferente a la imagen romántica y melancólica que generalmente suelen
transmitir los poetas decimonónicos.
Entre las joyas
presentes en la antología están los epitafios burlescos de Francisco Martínez
de la Rosa (Granada, 1787-Madrid, 1862), un más que digno heredero de esta
vertiente literaria que tan presente se halla en los clásicos grecolatinos y
los españoles del Siglo de Oro.
El
cementerio de Momo
Yace
aquí un mal matrimonio,
dos
cuñadas, suegro y yerno…
No
falta sino el demonio
para
estar junto el infierno.
¿Ya
hay pleito sobre el sepulcro,
y
aun no está el hombre enterrado?
¡Este
sí que era letrado!
Yace
aquí Blas… y se alegra
por
no vivir con su consuegra.
¡Cuñados
en paz y juntos!
No
hay duda que están difuntos.
Aquí
yace una viuda
que
murió de pena aguda
apenas
hubo perdido
a
su séptimo marido.
Aquí
yace una soltera,
rica,
hermosa, forastera,
que
sordo-muda nació
¡Si
la hubiera hallado yo!
Sub Hoc túmulo… adelante
que éste será algún pedante.
Aquí
enterraron de balde,
por
no hallarle una peseta…
No
sigas: era poeta.
Aquí
yace un egoísta
que
no hizo mal ni hizo bien.
Requiescat in pacem,
Amén.
Aquí
Fray Diego reposa
y
jamás hizo otra cosa.
Espero
que os haya gustado esta breve selección de los versos burlescos de Martínez de
la Rosa. Volveremos sobre este libro porque quedan otros autores y mucho humor
en ellos. Pero no me resisto a terminar esta entrada sin dejar una fábula de Miguel Agustín Príncipe
(1811-1863), la titulada
El lavatorio del cerdo.
El lavatorio del cerdo.
En
agua de Colonia
bañaba
a su marrano doña Antonia
con
empeño ya tal, que daba en terco;
pero
a pesar de afán tan obstinado,
no
consiguió jamás verle aseado,
y
el marrano en cuestión fue siempre puerco.
Es luchar contra
el sino
con que vienen al
mundo ciertas gentes
querer hacerlas
pulcras y decentes:
El que nace
lechón, muere cochino.
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