Los que de vez en cuando os subís a esta nave de Mercurio ya
sabéis de mi particular inclinación por Horacio. Por eso ahora voy a
transcribir el estupendo artículo Vivir
con Horacio publicado hoy por Luis Antonio de Villena, escritor al que leo
con frecuencia y con el que coincido en su afirmación de que Quinto Horacio
Flaco fue el clasicismo por definición.
Decadencias
Vivir con Horacio
Hoy, con las
humanidades tan decaídas (sobre todo en nuestra España) y cuando
tan poca gente se interesa por el griego o el latín, el hecho de
saber cómo acercarse a los grandes clásicos, los que por antonomasia lo son
-Homero, Virgilio, Safo, Catulo u Horacio- es un problema y un mérito su
resolución. No creo, desde luego, que exista una única forma, pero una de las
posibles es la que nos ofrece el inglés Harry Eyres en el libro que edita
Ariel, “Carpe diem. Lecciones de vida con Horacio”. Como debiera ser bien
sabido, Quinto Horacio Flaco, natural de Venosa en el sur de Italia, fue el
clasicismo por definición con sus exquisitas odas, epístolas o epodos. Lo
protegió el gran Mecenas (era hijo de un esclavo liberto) y pasó
así –más era casi imposible- al círculo y cercanía de Augusto, el primer
gran emperador de Roma. Sin embargo Horacio, que había
estudiado en Atenas, y tomado humilde parte en la batalla de Filipos con los
republicanos, es decir, contra su futuro señor, prefería la “aurea
mediocritas”, una vida cómoda en el campo sin lujos ni privaciones, gozando de
la hora y de cuanto sea posible según el “dictum” que acuñó en la oda a
Leuconoe: “Carpe diem”. Es decir, aprovecha bien el día de hoy, porque del
mañana nada sabemos. Conocemos que Horacio era buen seguidor del sabio Epicuro,
que deseaba una vida apacible, el desdén de las vulgares vanaglorias y un uso
moderado de los placeres. Alguien se ha referido así a “la aritmética de los
placeres” epicúrea, tan mal entendida por la Iglesia. Naturalmente
Horacio (bajito, rechoncho, canoso, pese a la impoluta belleza de sus versos)
era un epicúreo de lo cotidiano, y aunque sabemos que admiraba el gran poema de
Lucrecio “De rerum natura”, donde pone en verso las teorías del maestro,
incluidas las físicas y astrales, no era ese el sendero horaciano en su finca
Sabina, donde preparaba su propio vino.
“Carpe diem” de Harry Eyres podría haber sido un moderno
manual de autoayuda para mantener el ánimo ecuánime y disfrutar de la vida,
basado en la continua cercanía a la poesía de Horacio. Y estaría bien,
pero no es eso. Estamos ante una mezcla de ensayo sobre la belleza y cercanía de
Horacio para el hombre de hoy (que va en avión y puede usar libros
electrónicos) y de una cierta autobiografía. Pues Eyres –hijo de un
cultivador de vinos- relata cómo conoció a Horacio en sus tempranos estudios en
Eton y cómo –aunque estudió literatura inglesa y no clásicas- se fue
encontrando con los saberes y la belleza de Horacio por todas partes, pues lo
relee frecuentemente. Viaja al sur de Italia, para ver lo que queda de la
improbable casa horaciana, pero sobre todo traduce sus versos de un modo nada
académico y nota que las ideas de Horacio coinciden con sus intereses: alejarse
de la multitud y de los negocios que quitan el sueño, vivir lento y con
lo que basta o disfrutar del presente real porque el tiempo huye
incesante… La fuente Bandusia sigue manando en bellos versos. Horacio es
muy moderno.
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