John William Watherhouse, Penélope
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Penélope, paradigma de mujer
hermosa, símbolo de la lealtad en el amor. Esta reina de Ítaca que durante más
de veinte años con inquebrantable firmeza esperó el regreso de su amado Ulises
representa el modelo sublime e idealizado de esposa. Ella nos ha sido legada
por la mano del inmortal Homero que en su Odisea
ha creado este mito formando una mujer sin duda a la altura del gran héroe
protagonista, el astuto Ulises. El gran rey de Ítaca que acude a la guerra de
Troya y allí permanece diez años hasta que su ingenio, favorecido siempre por
la diosa Atenea, determina la victoria de los griegos frente a los aguerridos
troyanos. Otros diez años durará el viaje de retorno de Ulises a su reino.
Mientras su bella esposa le aguarda en una virtuosa espera, consiguiendo
engañar a los pretendientes que deseaban aceptase la desaparición del héroe
griego para unirse a ella en un nuevo enlace, en tanto dilapidaban los bienes
del palacio. Penélope, inteligente y hábilmente les engaña durante mucho tiempo
con la excusa de tejer un sudario para Laertes; su agudeza y maestría logran
destejer durante la noche lo tejido durante el día y así les supera y triunfa
sobre todos hasta que la fe en su amor se ve recompensada con el deseado
regreso de Ulises. Veinte años después los dos amantes se reencuentran y así lo
leemos en Odisea, canto XXIII:
“… y lloraba abrazado a su
deseada, a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparece deseable a los ojos de
los que nadan..., así de
bienvenido era el esposo para Penélope, quien no dejaba de mirarlo y no acababa
de soltar del todo sus blancos brazos del cuello.”
“Y cuando habían gozado del
amor placentero, se complacían los dos esposos contándose mutuamente, ella
cuánto había soportado en el palacio, la divina entre las mujeres; contemplando
la odiosa comparsa de los pretendientes que por causa de ella degollaban en
abundancia toros y carnosas ovejas y sacaban de las tinajas gran cantidad de
vino; por su parte, Odiseo, de linaje divino, le contó cuántas penalidades
había causado a los hombres y cuántas había padecido él mismo con fatiga.
Penélope gozaba escuchándole y el sueño no cayó sobre sus párpados hasta que le
contara todo.”
Desde Homero hasta hoy son
muchos los autores que en diferentes campos de las Artes y con distintos
propósitos se han interesado por este mito. Por centrarnos en la Literatura
vemos que aparece en los antiguos como Platón en su obra Fedón, Teócrito, Ovidio o Apolodoro por citar algunos, pasando por
Bocaccio en su De claris mulieribus; nos la encontamos también en los emblemas
de Alciato, cómo olvidar el poema La tela
de Penélope de Robert Greene… y adentrándonos en épocas más recientes imposible
obviar a Joyce y su Ulises, Buero Vallejo y la obra La tejedora de sueños, Jorge
Luis Borges en Un escolio donde el
amor de Ulises aparece como prototipo del verdadero amor. En fin sería
imposible citar aquí a tantos magníficos escritores que se han sentido atraídos
por la fuerza de esta leyenda homérica. Ejemplo actual de ello es el poema que
he elegido y podéis leer a continuación, su autor es el poeta asturiano y
profesor de Filología Latina en la Universidad de Oviedo, Aurelio
González Oviés.
Penélope de Ulises
Más allá de su casa
el calor de septiembre
crepita en las
higueras;
Penélope de Ulises,
fiel espartana,
se ha asomado al
balcón donde borda por siempre
y ahuyenta una
pareja de gansos atrevidos
que va picoteando la
flor de sus hortensias.
La casa huele a pan,
a recuerdo de harina,
A esperanza nacida
de una esperanza vieja.
¿Volverá? Quién sabe
si en el mar
o a la luz de los
faros,
después de tanto
tiempo, se sigue recordando.
Y de repente canta
(bien sabe por qué canta)
y de la comisura de
sus labios
pende un temblor que
es casi ya una lágrima.
Y el sol llega a sus
ojos como una pesadumbre
―no hay nada más
hermoso, sin embargo, que el rostro
de Penélope con la
estela brillante de las lágrimas―.
¿Volverá? En
momentos como este no deja de bordar
por no llorar
delante de doncellas,
mas sus dedos no
saben si bordan una flor
sobre el sudario
o anudan otro pétalo
a su pena.
No se parece en nada
a la mujer de piel campesina,
la más esbelta de
Itaca,
que antaño llegó a
ser la esposa deseada,
porque de tanta
espera,
de tanto deshacer la
tela de sus días
cuando la noche
entraba, va quedando con hilos
que descosen la
carne de su cara.
Se parece muy poco a
la de brazos níveos,
por abrazarse tanto
al llanto del crepúsculo,
por rehusar promesas
de tantos pretendientes,
esperando las velas
de las naves rojizas
que las olas del
tiempo jamás, tal vez, acerquen.
Y a veces ya le
ocurre lo mismo que a su perro:
que de ladrar atado
al pie de su destino,
tiene la tirantez
ahogándole en el cuello,
una marca amarilla
de soledad y hastío
que le ha robado
olfato, el aullido y el pelo.
Y nunca pasa nada
sino la vida en vano,
las horas se suceden
girando en el vacío,
como una rueca
muerta varada en unas manos
que no darán más
vueltas. Lo tienen prometido.
Penélope de Ulises,
la solitaria de Itaca,
la del balcón
abierto por si escuchara pasos;
Penélope de Ulises,
la eterna bordadora
de su presente
aciago, de su futuro mítico.
La esposa envejecida
como un griego olvidado.
Penélope de Georges Brassens.