El
hilo de la fábula
(Los Conjurados, 1985)
El
hilo que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la
espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el
hombre con cabeza de toro, o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre,
y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de
piedra y volver a ella, a su amor.
Las
cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto
estaba el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba
Medea.
El
hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera
sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro
hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el
hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en
el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla
felicidad.
Cnossos,
1984.
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