Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


viernes, 23 de marzo de 2012

LA TRADICIÓN CLÁSICA EN MANUEL VERDUGO


Manuel Verdugo y Bartlett (Manila, 1877- Tenerife, 1951) es ciertamente uno de los mejores poetas canarios, además de extraordinario pintor. Sus innumerables viajes por diferentes continentes hacen de él un poeta culto, de apariencia distante, cosmopolita.
Será en 1903 en la revista “Artes y Letras” de Santa Cruz de Tenerife donde por primera vez aparezcan publicados sus poemas. Posteriormente verán la luz cuatro libros de poesía: Hojas (1905), Estelas (1922), Burbujas (1931), “Huellas en el Páramo” (1945). Además escribirá en prosa (“Autobiografía”, 1923…), artículos en prensa y una buena cantidad de poemas especialmente en el periódico La Prensa.
En cuanto a su estilo poético en sus inicios es fundamentalmente romántico hasta llegar a un claro Parnasianismo donde Verdugo destaca por la elegante y delicada forma de sus poemas, además de tener predilección por el uso del soneto. Recordando unas palabras del poeta vemos que se siente plenamente identificado con el parnasianismo “Soy un parnasiano convencido. Existen poetas que lo consideran como algo anticuado. Yo me enorgullezco de ello”. Recordemos que el ideario parnasiano promueve una vuelta al mundo cultural de Grecia y Roma ya que tanto desde el punto de vista ético como estético los ideales grecorromanos han de ser la base de cualquier civilización que se considere como tal.
Es pues evidente que este poeta, hombre erudito, conocía bien la antigüedad clásica y la obra de los autores griegos y latinos. Pero si tuviésemos que destacar un hecho que marca a Verdugo y se refleja en sus mejores composiciones poéticas es el viaje que realizó a Italia, especialmente su visita a Pompeya. Y así en el soneto dedicado a Juliano, el apóstata leemos:
“Allí el pasado surge real y palpitante
soberbia se alza Roma del polvo de aquel suelo.
………………………………………….
“No, los dioses no han muerto todavía
existirán mientras el hombre sienta
con íntimo temblor la poesía.”
También manifiesta su atracción por el mundo clásico en sus “Fragmentos del diario de un viaje a Italia” cuando dice:
“No me atrevo a interrogarlo por temor a que no pueda contestarme a mí ¡pobre iluso! que vago por el mundo sin más culto que el que guardo en el fondo de mi corazón por un ideal que ha muerto con la Madre Grecia”.
Para conocer su poesía nada mejor que leer sus poemas:

ANTE UNA ESTATUA DE ANTINOO
La fe que como dios la consagrara
se extinguió para siempre; la fe mía
grita a los renegados, cara a cara:
¡Yo adoro su belleza todavía!

Si el pentélico mármol se animara;
si adquiriese calor la piedra fría;
si ese divino efebo palpitara,
como el César la amó yo le amaría.

Bella, doliente historia fue la suya:
Lealtad, su guía; Abnegación, su senda,
aunque otra historia la malicia arguya…

Si hubo mancha en su amor, río sagrado
que recibió su vida como ofrenda
ha devuelto ese amor, inmaculado.



HERMES DE PRAXÍTELES
Contemplad esa estatua, la más bella
que helénicos artistas han creado;
el mármol guarda la gloriosa huella
de un cincel por los dioses consagrado.
si amáis el arte, miraréis en ella
la gracia que redime del pecado,
¡La gracia de la forma soberana
a la par tan divina y tan humana!

NARCISO
En el jardín, Narciso, adolescente,
reposa, solo, en desnudez divina;
con gracioso abandono se reclina
sobre el borde musgoso de una fuente.

En el agua tranquila, transparente,
ve copiada su carne alabastrina,
y el insensato, estremecido, siente
que un anhelo imposible le domina.

En vano lleva el viento hasta su oído
el apagado, trémulo gemido
que lanza Eco al verse despreciada.

Él, desdeñoso, corazón de roca,
al líquido cristal junta la boca
para besar su imagen reflejada.