Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


jueves, 25 de abril de 2013

Ícaro





Marc Chagall, The fall of Icarus






Rompe las cadenas de tu propio laberinto porque el hijo de Pasífae se ha ido. Veinte años de tributo, ya has cumplido la condena. Emprende el vuelo y no temas acercarte al sol porque tus alas ya no son de cera ni tus sueños simples quimeras.  No te demores, el viento sopla a tu favor… En blanco y azul.




  ÍCARO
(Fuente de La Granja)

                          A Joaquin Pérez Villanueva


“Ícaro ¿dónde estás?,  Ícaro, Ícaro…”
Así graznan las aves oceánicas
desgarrando borrascas y en los claros,
en los pozos de verde cielo hurgan
y a lo lejos se pierden, se desbandan,
y quedan barrenándonos los tímpanos
los ecos en tonillo: “Ícaro, Ícaro…”

Fue la mar, la mar sola, la celosa,
quien te perdió. La cera se regala
a la ustoria caricia, pero es ella
quien te arrancó rabiosa de tu cielo,
ella, la madre inmensa, la oceana,
la que da a luz la luz, el sol, el fuego
y cada aurora libra y cada ocaso
lo sepulta en su vientre pavoroso.

Tú querrías el cielo, Ícaro esbelto.
Para el azul naciste. Alas bellísimas
de invisible plumaje en arcoíris
te soñabas colmándote ensenadas
entre remos y tronco, y la azotaina
del ímpetu ascensor en tus oídos
latía acelerada sus primicias.
Volado hubieras en tus brazos sólo,
las alas de la fe, para ti solo.

Pero la industria te obligó a calzarte
timón veleta y a vestir ajenas
alas de nivelada envergadura
y a untar de cera crédulas bisagras.
Volabas con tu padre. Ibais surcando,
ibais rampando azules resbalosos
-siempre más alto tú, Dédalo, ¡Ícaro!-
y la mar, allá abajo, os envidiaba.

Tú, mozo, sin tus alas de fortuna,
sin tiempo para abrir las de tu sueño,
barranco abajo te precipitaste.
Y ya no fue la mar, fue la montaña,
la tierra firme y grávida quien rompe sus
entrañas de roca para hincarte,
bloque inverso, en su sólido regazo.
Y te abraza en boscaje sin aruños
y te patina de negrores lisos
y te moja de linfas surtidoras,
fábula de ti mismo y tu caída.

Allá lejos baraja la oceana
sus láminas buscándote sin tregua
y aparta escollos, desordena témpanos,
combate acantilados furibunda,
escarba en su resaca, sonda arenas,
pero no te hallará, nunca te tuvo.
Y siempre, entre un crujir de espumas, vuelve
el graznido sin fin: “Ícaro, Ícaro…”

(Gerardo Diego)

  



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