miércoles, 12 de junio de 2013

La metamorfosis de Narciso: De Ovidio a Dalí





Dalí, La metamorfosis de Narciso


















La metamorfosis  de Narciso, pintado por Dalí en 1937, es un cuadro de una gran belleza y profundidad donde confluyen tradición clásica y psicoanálisis.

El mito de Narciso que recoge el cuadro nos recuerda inevitablemente al joven y bello hijo del río Cefiso y de la ninfa Liríope  que aparece en las Metamorfosis de Ovidio.



El mito clásico.

Nos cuenta el poeta de Sulmona que Liríope, tras dar a luz, acude al oráculo deseando conocer  si su hijo Narciso viviría hasta la madura vejez a lo que el adivino Tiresias responde: “Siempre que no se conozca”.   
Enigmáticas palabras que escondían un fatídico augurio pues aquel niño con el paso de los años se convertiría en un hermoso joven digno de ser amado y deseado por jóvenes y muchachas pero estaba dominado por el mal de la soberbia. Prepotente en su ego no hacía sino burlarse de cuantas ninfas y muchachos se le acercaban, ¿quién puede olvidar el dolor de la sonora Eco cuando avergonzada y despreciada por Narciso se ocultó en el bosque viviendo en solitarias cuevas hasta que su triste cuerpo debilitado por las desveladas aflicciones se evaporó en el aire sobreviviendo tan solo su voz?

Pero Narciso ignoraba que las palabras pronunciadas por el augur habrían de cumplirse y sufriría un estéril autoenamoramiento al contemplar su propia imagen entre las aguas. Justo castigo, recibió de sí mismo tanto dolor como había sembrado.


hic puer et studio venandi lassus et aestu
procubuit faciemque loci fontemque secutus,
dumque sitim sedare cupit, sitis altera crevit,               
dumque bibit, visae correptus imagine formae
spem sine corpore amat, corpus putat esse, quod umbra est.
adstupet ipse sibi vultuque inmotus eodem
haeret, ut e Pario formatum marmore signum;
spectat humi positus geminum, sua lumina, sidus               
et dignos Baccho, dignos et Apolline crines
inpubesque genas et eburnea colla decusque
oris et in niveo mixtum candore ruborem,
cunctaque miratur, quibus est mirabilis ipse:
se cupit inprudens et, qui probat, ipse probatur,              
dumque petit, petitur, pariterque accendit et ardet.
inrita fallaci quotiens dedit oscula fonti,
in mediis quotiens visum captantia collum
bracchia mersit aquis nec se deprendit in illis!
quid videat, nescit; sed quod videt, uritur illo,              
atque oculos idem, qui decipit, incitat error.
credule, quid frustra simulacra fugacia captas?
quod petis, est nusquam; quod amas, avertere, perdes!
ista repercussae, quam cernis, imaginis umbra est:
nil habet ista sui; tecum venitque manetque;               
tecum discedet, si tu discedere possis!
Non illum Cereris, non illum cura quietis
abstrahere inde potest, sed opaca fusus in herba
spectat inexpleto mendacem lumine formam
perque oculos perit ipse suos; paulumque levatus              
ad circumstantes tendens sua bracchia silvas
'ecquis, io silvae, crudelius' inquit 'amavit?



Allí se recostó el joven y admiró el hermoso sitio 
       y su manantial,
y cuando quiso calmar la sed, otra sed comenzó 
       a crecer con él,
y, mientras bebía, atrapado por la imagen de su belleza, 
       se enamoró
de una ilusión incorpórea, pues creyó que tenía cuerpo 
       lo que sólo era agua.
Maravillóse de sí mismo y quedó pendiente, inmóvil 
       el rostro,
como una estatua hecha de mármol de Paros;
apoyado en el suelo, contempló la doble estrella de sus ojos,
sus cabellos dignos de Baco, dignos también de Apolo,
y sus imberbes mejillas y el marfil de su cuello
y la belleza de su boca y su rubor mezclado con el blanco 
       de la nieve,
y admiró todos los rasgos por los que él mismo 
       era admirable;
se deseó, sin darse cuenta, a sí mismo, y aprobó 
       y fue aprobado,
y buscó y fue buscado, y, a la vez, incendiaba y ardía.
¡Cuántas veces besó inútilmente las aguas engañosas;
cuántas veces sumergió los brazos para tomar el cuello
que veía en medio de la fuente, y no pudo atraparse 
       con sus brazos!
No sabía qué estaba viendo, pero moría por su causa,
y lo empujaba la misma ilusión que defraudaba sus ojos.
¿Por qué intentas atrapar, crédulo, imágenes 
       vanas y fugaces?
¡No está en ningún lado lo que deseas! ¡Deja ya lo que amas,
Pues lo perderás! Esa que veías era una sombra, 
       la imagen de tu reflejo;
no tenía nada propio; ella venía y permanecía contigo;
y se habría marchado contigo, si hubieras podido marcharte.
Ni la necesidad de alimento ni tampoco la de descanso
pudieron alejarlo de allí, sino que, recostado en la umbría 
       hierba,
contemplaba con insaciable mirada la belleza engañadora
y por sus propios ojos se moría. Entonces, levantándose 
       un momento,
tendió los brazos al bosque que lo rodeaba, y dijo: ¡”Oh,
        bosques!
¿Quién amó con fortuna más cruel?


Concluye el relato con un joven Narciso deseando la muerte como única liberadora de tanto dolor. Entre lamentos y golpes infligidos por sí mismo su cuerpo languidece admirando la belleza de su amado (su propia imagen reflejada en el agua).  Una vez la muerte le cerró los ojos fue llorado por  náyades y dríades mientras preparaban la pira y las antorchas para la ceremonia fúnebre mas su cuerpo no apareció sobre la verde hierba, en su lugar encontraron una flor de color azafrán con su centro rodeado por pétalos blancos.

Hasta aquí el mito. Os recuerdo de nuevo que para las Metamorfosis elegimos como lectura la traducción de Emilio Rollié (Editorial Losada).



El cuadro.

En el óleo observamos dos figuras en secuencia que se miran en las aguas. En la primera contemplamos al joven arrodillado admirando su imagen (¿nos recuerda al Narciso de Caravaggio?), justo detrás vemos unas siluetas delgadas simbolizando sus enamorados. Al lado encontramos otra figura con similar estructura. Parece una estatua caliza, desgastada, con la forma de una mano que porta en la punta de sus dedos un huevo de donde surgirá un nuevo Narciso, transformado en flor. 
En el cuadro de Dalí el joven consigue evitar la muerte, en su caso será el amor de Gala quien lo salve.

Este óleo tiene otra peculiaridad, apasionante, y es que el pintor ampurdanés en el mismo 1937 compuso un poema publicado en Éditions Surrealistes indicando que debía leerse al tiempo que se contempla el cuadro.  Con estas palabras explicaba el propio Dalí este maridaje entre literatura y pintura: “Por primera vez un cuadro y un poema surrealistas implican objetivamente la interpretación coherente de un tema irracional desarrollado”.


Sólo queda de él
el alucinante óvalo de blancura de su cabeza,
su cabeza otra vez más tierna,
su cabeza crisálida de prejuicios biológicos,
su cabeza sostenida por las puntas de los dedos del agua,
por las puntas de los dedos
de la mano insensata
de la mano terrible
de la mano coprofágica,
de la mano mortal
de su propio reflejo.
Cuando esta cabeza se hienda,
cuando esta cabeza se resquebraje,
cuando esta cabeza estalle,
aparecerá la flor,
el nuevo Narciso,
Gala:
mi narciso.

(Fragmento del poema)



Otro dato que nos da idea de la importancia del cuadro es que el propio pintor consciente de su simbolismo y belleza lo llevó en su viaje a Londres, julio de 1938, para mostrárselo a Freud, conocido por todos como “el padre del psicoanálisis”. Este tras ver el cuadro hizo el siguiente comentario:  Hasta hoy, me había inclinado a pensar que los surrealistas -que parece que me eligieron como su santo patrón- estaban totalmente locos. Pero este joven español, de ojos fanáticos y un dominio técnico indiscutible, me ha sugerido una opinión distinta. De hecho, sería muy interesante explorar analíticamente el crecimiento de una obra como ésta…


Siguiendo las palabras de Freud os dejo explorando el cuadro de Dalí al tiempo que leyendo las Metamorfosis de Ovidio; permitidme solo una última reflexión, ¿qué sería de nosotros, de nuestra lengua, literatura, pintura,… de todo concepto de Arte sin el inapreciable legado de griegos y romanos?  


Salutem! 


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