Autor
Velázquez, Diego Rodríguez de
Silva y
Título
El dios Marte
Cronología
Hacia 1638
Técnica
Óleo
Soporte
Lienzo
Medidas
179 cm x 95 cm
Escuela
Española
Una de las pinturas de contenido
mitológico más peculiares de Velázquez es esta en la que aparece el dios romano
de la guerra, Marte (Ares para los griegos). Pronto observamos en ella una
característica que nos causa sorpresa y cierta extrañeza, me refiero al
tratamiento narrativo que vemos en el lienzo. Nuestro pintor sevillano nos presenta a un dios ya de una cierta edad,
melancólico, que parece estar un tanto agotado y alicaído, en una postura
relajada y con una mirada pensativa. El Marte
de Velázquez se halla muy lejos de la visión preconcebida del dios que ya nos
legó Homero en su obra la Ilíada en
la que le describe como un impetuoso, cruel y violento guerrero, plaga de
mortales, baste citar unos versos del Canto V de la mencionada obra cuando
leemos:
“ ὃ δ᾽ ἔβραχε χάλκεος Ἄρης
ὅσσόν τ᾽ ἐννεάχιλοι ἐπίαχον
ἢ δεκάχιλοι
ἀνέρες ἐν πολέμῳ ἔριδα
ξυνάγοντες Ἄρηος.
τοὺς δ᾽ ἄρ᾽ ὑπὸ τρόμος
εἷλεν Ἀχαιούς τε Τρῶάς τε
δείσαντας: τόσον ἔβραχ᾽
Ἄρης ἆτος πολέμοιο.”
“Y
al instante lanzó Ares broncíneo un potente alarido
semejante
al que hubiesen proferido en terrible combate
nueve
mil o diez mil hombres que se enfrentaran luchando.
Poseídos
por el miedo se aterrorizaron troyanos y aqueos,
tal
fue la forma en que gritó Ares el insaciable en la guerra.”
Queda claro que Velázquez nos está ofreciendo una
visión muy particular y diferente del mito.
Otro de los detalles del lienzo que llaman nuestra
atención es la desnudez del dios al que apenas un paño cubre sus partes
íntimas, vestuario que se completa con el morrión que cubre su cabeza. Marte se
halla sentado en una especie de lecho cubierto por una tela roja carminosa
sosteniendo en una de sus manos (escondida) un bastón de mando mientras su otra
mano sirve de punto de apoyo para la cabeza. Completan la escena los atributos propios del dios
esparcidos por el suelo, hablamos del escudo circular, la espada y el peto.
Entorno. El cuadro del dios Marte formaba parte de
la decoración de la Torre de La Parada, pabellón de caza situado a las afueras
de Madrid y utilizado como tal por el rey Felipe IV. Esta información está
claramente avalada por los inventarios de la propia Torre de 1701 y 1703. Junto
con Marte también figuraban otros once lienzos de Velázquez entre ellos Esopo y Menipo. Estos dos encajaban temáticamente con el resto de pinturas
mitológicas que Rubens y su escuela de Amberes había realizado para este lugar,
especialmente con los lienzos de Heráclito
y Demócrito. En cambio Marte por
su concreta forma narrativa parece no ajustarse plenamente en el pretendido
espacio mitológico, lo que ha servido para que algunos estudiosos del tema
lanzasen diferentes interpretaciones de esta obra.
Influencias. Son muchos los que resaltan el evidente
parecido entre la postura de Marte y la escultura que el maestro Miguel Ángel había realizado para la tumba de los Medici
en Florencia, me refiero a “Il Pensieroso”
En la imagen podemos observar ciertamente el parecido.
También se ha vinculado la composición a la
escultura clásica de Lisipo, el “Ares Ludovisi”.
Otro lienzo que nos recuerda su forma descriptiva es el titulado “el caballero del yelmo de oro” de Rembrandt.
Se percibe también una apreciable influencia de
Tiziano y Rubens especialmente en la combinación de los colores y las
carnaciones, como comentaré más adelante.
Interpretaciones del lienzo. En este punto vemos
reflejado uno de los rasgos inconfundibles en las obras de nuestro ilustre
pintor como es su personal y libre
estilo de interpretar la mitología que por otra parte evidenciaba su elevada
formación y su talento. De todo ello se deriva el hecho de que sus obras hayan
estado y estén sujetas a diferentes e incluso antagónicas interpretaciones.
En el caso concreto del dios de la guerra comencemos
por decir que el hecho ya mencionado aquí de que el lienzo en su origen
compartiese ubicación con otras dos obras suyas, las citadas Esopo y Menipo, hizo que algunos estudiosos lo entendiesen como una visión
crítica y un tanto sarcástica de la
Antigüedad.
Otra interpretación es la que apunta simplemente
hacia una elaboración mental del pintor fruto de sus lecturas reflexivas.
Curiosa fue la visión de Santiago Sebastián que
identificó la imagen con un guerrero, concretamente con Agamenón basándose en
el emblema de Alciato “Furor et rabies”.
Hay quienes sostienen que es una prolongación de la
historia que ya aparecía en La fragua de
Vulcano (lienzo al que he dedicado un pequeño estudio en este blog).
Recordemos que temáticamente se aludían los amores de Marte con la diosa Venus.
Bien, siguiendo este hilo interpretativo cobra lógica el encontrarnos a un
Marte en actitud relajada, sentado en el catre, libre de sus armas tras su
apasionado encuentro con la diosa del amor. Entre quienes abogan por esta
interpretación destacamos a Jonathan Brown el cual aun va más allá y basándose
en el mito donde sabemos Marte y Venus
fueron atrapados en el lecho por una fina malla de acero forjada por el cojo y
deforme herrero Vulcano, una vez se resuelve el incidente y los demás dioses se
van de la escena, nos encontraríamos a un Marte tal como lo pintó Velázquez,
aturdido, todavía contrariado sin fuerzas para vestirse, reflexionando sobre la
forma sorprendente y un tanto humillante en que ha terminado su devaneo con
Venus.
He dejado para el final una de las lecturas que
personalmente me parecen más interesantes, la política. Recordemos que en los
años en que presumiblemente se pintó el cuadro (1637/1640) España era la gran
potencia del continente que contemplaba cómo su poder iba disminuyendo de forma
imparable, llegando pocos años después a las tremendas consecuencias que para
la Monarquía española trajo la firma de la paz de Westfalia de 1648 y la de los
Pirineos de 1659. Parece lógico pensar que en este contexto social y político
el pintor de la Corte y amigo del rey Felipe IV quisiera advertirle que su
actitud no era la más acertada. Recordemos que mientras acaecían las derrotas
militares españolas fuera de nuestras fronteras con las lógicas y nefastas
repercusiones en el interior del país, el rey se ocupaba en acondicionar la
Torre de la Parada como lugar de cacería, de distracción real. Por tanto parece
posible que el pintor quisiese mostrarle al monarca la imagen de todo un dios
de la guerra abatido, derrotado por su propia imprudencia, presagio de lo que le pasaría a Felipe IV y la
monarquía española si se desprendían de la necesaria Prudencia especialmente en
los temas concernientes a la guerra y sabemos que precisamente a este rey se le
reprochó en esos años que no participase personalmente en las campañas. Avalando aun más este enfoque político también
se ha analizado la figura de serpiente (aunque para otros se trata de una
camello) que aparece en el casco; no olvidemos que este animal, la serpiente, era
uno de los atributos de la prudencia.
Tanto de las interpretaciones mencionadas como de
otras que pueden hacerse del lienzo se
desprende como ya apunté antes ese rasgo tan genuino de Velázquez como es el de
sorprender al espectador, invitarle a una lectura abierta e inteligente de su
obra.
Técnica. En anteriores espacios dedicados al pintor
sevillano comenté que una de sus muchas cualidades era la originalidad y la
versatilidad especialmente al abordar el asunto mitológico como nuevamente
queda constatado.
En el lienzo observamos cómo la fuerza del color se
convierte en el principal instrumento expresivo continuando con ello la
tradición de Tiziano y Rubens.
La gama de color que apreciamos en el cuadro es
cálida y soberbia con formas modeladas a base de luz difuminando el perímetro
del cuerpo y el espacio que lo rodea porque con ello aviva y hace más real la
impresión que quiere transmitirnos, la cual se refuerza aun más con la actitud
un tanto fatigada y lánguida de Marte, especialmente reflejada en su rostro que
algunos apuntan fue inspirado en un bufón de la Corte llamado Antonio Bañueles.
Es esta una obra del Barroco pero responde a la
personalidad y el espíritu del pintor español cuyo temperamento equilibrado le
alejaba del tono trágico y en extremo realista tan del gusto de otros
representantes de este estilo.
Después de este breve y liviano análisis de la obra
reflexionamos con esa virtud que parece aconsejar nuestro pintor, la Prudencia, para concluir que hemos intentado establecer un diálogo con él
a través de su obra; nos hemos involucrado, hemos participado en ella y sólo me
resta confesar mi eterno y placentero agradecimiento a Velázquez por todo su arte.