Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


sábado, 2 de marzo de 2013

Esperando...





Fotografía: Clarence Hudson



Así fueron marchando los días, fluyendo del tiempo puntuales, monótonos, sin un fallo. Y yo seguía esperando sin tener una conciencia clara de qué era lo que esperaba. Tal vez mi retorno a un equilibrio interior, tal vez algo grande, tremendo, inesperado, algo indeterminado, deseable por su misma imprecisión. En el fondo tenía esperanzas de sanar por dentro; de que el tiempo y la naturaleza fuesen debilitando las profundas roderas que en mi ánimo imprimiese el carro de la muerte; de poder decir algún día «he sido un loco» y reírme hasta desmayarme de mi locura; de poder decir al mundo con una risa de oreja a oreja: “Señores, yo jamás pensé casarme y hoy aquí me tienen: quince hijos en veinte años.” Pero atrás de todas estas esperanzas imprecisas y vagas, que ni aun a mí mismo conscientemente osaba confesarme, me atormentaba una idea fatalista: “El hombre puede cambiarlo todo -me decía-, transformarse hasta físicamente, enmendar su vida, sus instintos, sus costumbres, pero jamás podrá modificar la luz que porta dentro de sí y a cuya claridad examina la mesmedad de su paso. El hombre libremente puede elegir su camino, pero no puede alterar a voluntad la luz bajo la cual camina.”
En tanto, seguía esperando. ¿Qué? No lo sé. Algo indefinible, inconsistente. Pero seguía esperando...


                    Miguel Delibes, La sombra del ciprés es alargada





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