Por JUAN MANUEL DE PRADA en XL
Semanal (14/10/2012)
Fueron los
griegos los primeros en concebir la educación -paideia- como una formación
integral que ayudaba al individuo a formarse adecuadamente para el ejercicio
recto de sus deberes cívicos. La paideia griega se trasladó como
humanitas a los romanos; y, posteriormente, el pensamiento cristiano aquilató
este sentido de la humanitas romana, trascendido por la intervención
directa de Dios en la historia humana a través de la Encarnación. Este modelo
educativo entraría en una gradual regresión a partir del siglo XIX. En una
primera fase, al lado de las humanidades clásicas, fue ocupando un lugar cada
vez más preponderante el estudio de las humanidades modernas -Psicología,
Sociología, Economía, Pedagogía, etcétera-, introducidas cada vez con mayor
fuerza en la enseñanza. Paralelamente, el estudio de las Ciencias, propio del
modelo clásico, fue sustituido por el estudio de técnicas especializadas y
utilitarias. Y la escuela dejó de ser el ámbito único de formación: los medios
de comunicación, el cine, la televisión postularon nuevos modelos educativos
que ya no buscaban transmitir el saber, sino cultivar aptitudes e impartir
conocimientos meramente instrumentales. Así se ha llegado a la situación
actual, en la que el hombre contemporáneo, apoyado en porcentajes y
estadísticas, cree poder interpretar el mundo; y en la que el estudio de las
humanidades aparece caracterizado como una reliquia del pasado, mirada con un
benevolente desprecio por los que se consideran a sí mismos como representantes
de la cultura propia de nuestra época.
Una de las
calamidades más características de nuestra época es la imposición de criterios
puramente utilitarios en la transmisión del saber. Puesto que el saber ocupa
lugar -parece haber concluido la moderna pedagogía-, circunscribamos su
transmisión a aquellas facetas del saber que garanticen nuestro éxito
profesional y nos proporcionen un rédito inmediato. Inevitablemente, todas las
disciplinas que explican nuestra genealogía cultural han sido relegadas a los
desvanes de la incuria; o siquiera postergadas, como antiguallas inservibles,
en favor de disciplinas enfocadas a la consecución de fines prácticos. Pero
desgajar la transmisión del saber del conocimiento de nuestra genealogía
cultural nos condena a la intemperie más cruel, que es la de quienes no saben
explicarse a sí mismos; la de quienes no pueden conocer en profundidad el
tiempo presente porque lo han vaciado del tiempo pretérito que lo explica.
La enseñanza
de las humanidades está intrínsecamente vinculada al desarrollo del pensamiento
crítico: cuanto mejor conocemos el mundo del que venimos, cuanto más
conscientes somos de la tradición que nos precede, menos permeables somos a los
intentos arbitristas de fundar nuestro mundo sobre cimientos de humo. Es ley
biológica infalible que el árbol al que se le cortan las raíces, como el animal
lactante al que se aparta del seno materno, empieza por languidecer hasta morir
por inanición. Solo quien sabe de dónde viene puede saber hacia dónde va. Solo
quien está nutrido por el bagaje de conocimientos que fundan nuestra
civilización es dueño del tiempo que habita; cuando ese bagaje que nos explica
nos es arrebatado, nos convertimos en seres sin identidad y sin arraigo que han
soltado amarras con su genealogía espiritual y navegan sin brújula a la deriva,
en una singladura trágica y sin retorno hacia la barbarie. La transmisión del
saber, cuando es verdadera y no obedece a fines de manipulación y dominio, no
puede guiarse por criterios meramente utilitarios. Solo quien ha buceado en las
intimidades de la cultura a la que pertenece puede zambullirse sin miedo en las
aguas procelosas del tiempo que le ha tocado vivir. Cuando nos falta ese
conocimiento primordial podremos sin duda hacer un uso utilitario de nuestros
saberes, cada vez más confusos y esquemáticos, como leyendo el prospecto donde
se explica el funcionamiento de un electrodoméstico podemos hacer un uso
utilitario del mismo. Pero del mismo modo que un electrodoméstico estropeado se
convierte en un armatoste inútil para quien solo conoce su funcionamiento por
el prospecto, el mundo se convierte en un caos ininteligible cuando nos falta
la clave para su desciframiento, que solo podremos hallar en el estudio de las
humanidades. Y así, aturdidos y atrapados en un caos de impresiones inconexas,
es como nos quieren los manipuladores y los ingenieros sociales que nos privan
de nuestra genealogía cultural.