William
Adolphe Bouguereau
La Naissance de
Vénus,
1879 |
Hoy navegamos por las aguas del mar griego para
ser testigos del nacimiento de una diosa, Afrodita. Resulta muy estimulante comprobar una vez más
que el mito vive, pervive, se recrea una y otra vez.
¿Quién no ha visto, leído o escuchado hablar de
esta diosa del amor y la belleza femenina que los romanos dieron en llamar Venus?
A pesar de ser tan conocida el relato de su
nacimiento es uno de los que suele provocar reacciones más sorprendentes. Ver
esa mezcla de asombro, fascinación, incredulidad
no exenta de cierta alegría que provoca la narración de la creación del cosmos según Hesíodo no tiene
precio. Y es que la Teogonía de este
autor griego es nuestro referente a la hora de explicar el origen de los
dioses, por supuesto Afrodita entre ellos. Motivo aparte es intentar que se
entienda el concepto de mito tal como parece lo sentían los antiguos griegos tan alejado del nuestro.
Comenzamos dando un breve repaso al relato del poeta: Al principio solo existía el Caos, de
donde surgen tres generaciones de dioses
que justifican y sustentan el intento de explicar algo difícil de entender como
es la evolución de ese Caos inicial hasta llegar al Cosmos u Orden Universal. De
las tres generaciones citadas la última está formada por los Dioses del Olimpo.
Cuenta Hesíodo que del Caos surge Gea (la Tierra), quien por sí misma engendra a Urano (el Cielo) que se
convertirá en su esposo. Crea también en solitario a las grandes Montañas (dichosas morada de dioses) y al Ponto (el mar) que
cubrirá los huecos de la Tierra.
De la unión de Gea y Urano nacen los Titanes y los
Cíclopes pero su padre temeroso de que le arrebataran el poder les obliga a
permanecer dentro del vientre de Gea. Ella cansada de tanto sufrimiento
alienta al Titán más joven, su hijo Crono, para que termine con la vida del progenitor. Madre e hijo mediante un ardid consiguen engañar a Urano, momento en el
que Crono portando en su mano la hoz de dorado acero que ella le había dado,
corta los genitales a su padre arrojándolos al mar. La sangre que brota de
Urano engendra en Gea a los Gigantes y a las Furias; mientras los genitales en
contacto con las aguas dan vida a la diosa Afrodita, la nacida de la espuma del mar.
Así nos transmite Hesíodo el momento en el que aparece
la hermosa diosa,
Μήδεα δ᾽ ὡς τὸ πρῶτον ἀποτμήξας ἀδάμαντι
κάββαλ᾽ ἀπ᾽ ἠπείροιο πολυκλύστῳ ἐνὶ πόντῳ,ὣς φέρετ᾽ ἂμ πέλαγος πουλὺν χρόνον, ἀμφὶ δὲ λευκὸς
κάββαλ᾽ ἀπ᾽ ἠπείροιο πολυκλύστῳ ἐνὶ πόντῳ,ὣς φέρετ᾽ ἂμ πέλαγος πουλὺν χρόνον, ἀμφὶ δὲ λευκὸς
ἀφρὸς ἀπ᾽ ἀθανάτου χροὸς ὤρνυτο· τῷ δ᾽ ἔνι κούρη
ἐθρέφθη· πρῶτον δὲ Κυθήροισιν ζαθέοισιν
ἔπλητ᾽, ἔνθεν ἔπειτα περίῤῥυτον ἵκετο Κύπρον.
Ἐκ δ᾽ ἔβη αἰδοίη καλὴ θεός, ἀμφὶ δὲ ποίη
ποσσὶν ὕπο ῥαδινοῖσιν ἀέξετο· τὴν δ᾽ Ἀφροδίτην
[ἀφρογενέα τε θεὰν καὶ ἐυστέφανον Κυθέρειαν]
κικλῄσκουσι θεοί τε καὶ ἀνέρες, οὕνεκ᾽ ἐν ἀφρῷ
θρέφθη· ἀτὰρ Κυθέρειαν, ὅτι προσέκυρσε Κυθήροις·
[Κυπρογενέα δ᾽, ὅτι γέντο πολυκλύστῳ ἐνὶ Κύπρῳ·
ἠδὲ φιλομμηδέα, ὅτι μηδέων ἐξεφαάνθη.]
Τῇ δ᾽ Ἔρος ὡμάρτησε καὶ Ἵμερος ἕσπετο καλὸς
γεινομένῃ τὰ πρῶτα θεῶν τ᾽ ἐς φῦλον ἰούσῃ.
Ταύτην δ᾽ ἐξ ἀρχῆς τιμὴν ἔχει ἠδὲ λέλογχε
μοῖραν ἐν ἀνθρώποισι καὶ ἀθανάτοισι θεοῖσι,
Παρθενίους τ᾽ ὀάρους μειδήματά τ᾽ ἐξαπάτας τε
τέρψιν τε γλυκερὴν φιλότητά τε μειλιχίην τε.
ἐθρέφθη· πρῶτον δὲ Κυθήροισιν ζαθέοισιν
ἔπλητ᾽, ἔνθεν ἔπειτα περίῤῥυτον ἵκετο Κύπρον.
Ἐκ δ᾽ ἔβη αἰδοίη καλὴ θεός, ἀμφὶ δὲ ποίη
ποσσὶν ὕπο ῥαδινοῖσιν ἀέξετο· τὴν δ᾽ Ἀφροδίτην
[ἀφρογενέα τε θεὰν καὶ ἐυστέφανον Κυθέρειαν]
κικλῄσκουσι θεοί τε καὶ ἀνέρες, οὕνεκ᾽ ἐν ἀφρῷ
θρέφθη· ἀτὰρ Κυθέρειαν, ὅτι προσέκυρσε Κυθήροις·
[Κυπρογενέα δ᾽, ὅτι γέντο πολυκλύστῳ ἐνὶ Κύπρῳ·
ἠδὲ φιλομμηδέα, ὅτι μηδέων ἐξεφαάνθη.]
Τῇ δ᾽ Ἔρος ὡμάρτησε καὶ Ἵμερος ἕσπετο καλὸς
γεινομένῃ τὰ πρῶτα θεῶν τ᾽ ἐς φῦλον ἰούσῃ.
Ταύτην δ᾽ ἐξ ἀρχῆς τιμὴν ἔχει ἠδὲ λέλογχε
μοῖραν ἐν ἀνθρώποισι καὶ ἀθανάτοισι θεοῖσι,
Παρθενίους τ᾽ ὀάρους μειδήματά τ᾽ ἐξαπάτας τε
τέρψιν τε γλυκερὴν φιλότητά τε μειλιχίην τε.
En cuanto a los genitales, desde el mismo instante en que los cercenó
con el acero y los arrojó lejos del continente en el tempestuoso ponto, fueron
luego llevados por el piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del
miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella.
Primero navegó hacia la divina Citera y desde allí se dirigió después a Chipre
rodeada de corrientes. Salió del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus
delicados pies crecía la hierba en torno. Afrodita la llaman los dioses y
hombres, porque nació en medio de la espuma, y también Citerea, porque se
dirigió a Citera. Ciprogénea, porque nació en Chipre de muchas olas, y
Filomedea, porque surgió de los genitales. La acompañó Eros y la siguió el
bello Hímero al principio cuando nació, y luego en su marcha hacia la tribu de
los dioses. Y estas atribuciones posee desde el principio y ha recibido como
lote entre los hombres y dioses inmortales: las intimidades con doncellas, las
sonrisas, los engaños, el dulce placer, el amor y la dulzura.
Singular e intensa esta imagen de Afrodita surgiendo
de la espuma del mar, sin duda de una gran belleza.
Al recrear en nuestra mente este momento surge de forma inevitable un espacio de agua, olas, espuma, nácar… bañado en blanco y azul, símbolos de la pureza
al tiempo que la fuerza y la pasión con la que el amor nos asalta, todo un cúmulo
de emociones y sentimientos…
Qué fácil nos resulta entender la huella que ha
dejado en el mundo de las artes: cada quien lo sentirá e interpretará según su propio ideario vital y artístico.
Son abundantes y variadas las pinturas que recogen
el momento concreto del nacimiento de esta diosa. He pensado que estaría bien
mostrar alguna de ellas, especialmente las realizadas en el siglo XIX. Irán acompañadas de poemas escritos en su mayoría por poetas
españoles de la llamada Generación del 27 que han tenido en la diosa del amor
una aliada inmejorable.
Pelagio Palagi, c.1830 |
Todo
el mar
es
griego.
En
los mares más raros
aún
quedan Venus
que
van sobre sus conchas
como
espectros.
Del
mar surge la forma
y
el pensamiento,
la
sangre, la sal y el viento
eterno.
Las
tierras son como algas
sobre
su lomo inmenso,
monstruos
parásitos
sobre
el enorme cuero.
Frente
al mar delirante
vemos
la
vida y el amor
al
descubierto.
(Federico García Lorca, Visión)
Théodore Chasseriau, Venus Anadyomene, 1838 |
Venus
imita, esclareciendo brumas
de
antiguas linfas, hoy, compás del aire,
sobre
un desierto ya de geometría
y
de cuerpos jugando a los cadáveres.
Si
en prócer concha tú. Vagas pupilas,
ahogadas,
pero a plazo, en finos mares
de
blancas olas muelles superpuestas
en
una plenitud de horizontales,
dicen
silencio, entre las vacaciones
alegres
y estiradas de los trajes.
Mientras,
maúlla un talud de aristas, gozo
de
celos y de títeres nupciales.
ya
de las ondas en palor, desnuda
el
viento los fulgores de su carne,
naciendo,
sí, entre espuma de horizonte
el
despierto matiz de los paisajes.
Huyen
luceros bajos, roedores
de
un oscuro secreto de portales
hacia
negras cavernas, titilando
el
ombligo sereno de las llaves.
Tuyos
símbolos, bien de hastío calmados
del
sueño en los paréntesis suaves,
bruñirán
laxitudes insensibles
en
la escultura igual de las ciudades.
¡Oh
mañana tu linfa gaseosa,
Venus
exhausta de nocturna clámide,
será
memoria, ya, presa y pulida
en
malvas perspectivas de postales!
Venus
imita, esclareciendo brumas,
en
una matemática de instantes.
(Leopoldo
Panero, Crónica, cuando amanece)
William Etty, 1840 |
Camino
del horizonte trémulo
mis
alas
perdieron
todas
sus plumas,
sus
plumas blancas…
Y
sobre el edredón cinéreo
duerme
mi mejor palabra,
hasta
la muerte de mi alma.
El
cielo bajo el mar…
En
la noche se eleva
el
cántico
de
sirena,
que
hace a los astros naufragar.
Fondo
sediento de la dicha celeste…
Estrella,
perla
y
coral,
sangre
de sol pensativo.
Entre
los labios de nácar
(como
sexo virgen) de un hermoso molusco,
mi
corazón,
siente
el color de la espuma,
carne
de Afrodita.
Palabra
mía…
cuerpo
vivo de mi idea…
que
mañana,
allá,
a la muerte de mi alma,
tu
locura crepuscular
se
alce
sobre
mi tierra carnal,
sol
de
mi sombra
corazón.
(Eliodoro Puche, Mundos de cristal)
Ingres, Venus Anadyomene, 1825/1850 |
De
las ondas,
Terminante
perfil entre espumas sin forma,
Imprevista
Surge
-lejos su patria- la seducción marina.
¡Salve,
tú
Que
de la tierra vienes para ser en lo azul
No
deidad
Soñada
sino cuerpo de prodigio real!
Nadadora
Feliz
va regalando desnudez a las ondas.
(Jorge Guillén, Preferida a Venus)
¿Cuándo
llegará el verano?
¿Cuándo
veré desde tierra,
amor,
tu tienda de baños?
Vestida,
en tu bañador
azul,
hundirás el agua,
y
saldrás desnuda, amor;
que
el mar sabe lo que hace
para
que te quiera yo.
¡Oh,
tu cuerpo, henchido al viento,
desafiando
la mar,
desafiando
la playa,
la
playa, la mar, el cielo!
(Rafael Alberti, Marinero en tierra)
Henri Pierre Picou, The Birth of Venus, 1874 |
Qué
claridad de playa al mediodía,
qué
olor de mar, qué tumbos, cerca, lejos,
si,
entre espumas y platas y azulejos,
Venus
renace a la mitología.
Concha
de porcelana, el baño fía
su
parto al largo amor de los espejos,
que,
deslumbrados, ciegos de reflejos,
se
empañan de un rubor de niebla fría.
He
aquí, olorosa, la diosa desnuda.
Nimbo
de suavidad su piel exuda
y
en el aire se absuelve y se demora.
Venus,
esquiva en su rebozo, huye.
Su
alma por los espejos se diluye,
y
solo -olvido- un grifo llora y llora.
(Gerardo Diego, Cuarto de baño)
Arnold Böcklin, Venus Anadyomene, 1872 |
Hoy
la mano del mar hizo al rozarte
saltar
de ti la hija de la espuma.
(Rafael Alberti, Arión -Versos sueltos del mar, 78)
Alexandre Cabanel, 1875 |
Tersa,
pulida, rosada
¡cómo
la acariciarían,
sí,
mejilla de doncella!
Entreabierta,
curva, cóncava,
su
albergue, encaracolada,
mi
mirada se hace dentro.
Azul,
rosa, malva, verde,
tan
sin luz, tan irisada,
tardes,
cielos, nubes, soles,
crepúsculos
me eterniza.
En
el óvalo de esmalte
rectas
sutiles, primores
de
geometría en gracia,
la
solución le dibujan,
sin
error, a aquel problema
propuesto
en
lo más hondo del mar.
Pero
su hermosura, inútil,
nunca
servirá. La cogen,
la
miran, la tiran ya.
Desnuda,
sola, bellísima
la
venera, eco de mito,
de
carne virgen, de diosa,
su
perfección sin amante
en
la arena perpetúa.
(Pedro Salinas, La concha)
Zuber Bühler
Birth of Venus, 1877
|
Por tu pie, la blancura más bailable,
donde
cesa en diez partes tu hermosura,
una
paloma sube a tu cintura,
baja
a la tierra un nardo interminable .
Con
tu pie vas poniendo lo admirable
del
nácar en ridícula estrechura,
y
adonde va tu pie va la blancura,
perro
sembrado de jazmín calzable.
A
tu pie, tan espuma como playa,
arena
y mar, me arrimo y desarrimo
y
al redil de su planta entrar procuro.
Entro
y dejo que el alma se me vaya
por
la voz amorosa del racimo:
pisa
mi corazón que ya es maduro.
(Miguel
Hernández, Por tu pie, la blancura más bailable)
Robert Fowler, 1879 |
El
mar, cuando te abraza,
sabe
bien que es el padre de la espuma.
(Rafael Alberti, Arión - Versos sueltos del mar, 83)
Eugène Emmanuel Amaury Duval El nacimiento de Venus, 1862 |
Rueda
helada la luna, cuando Venus
con
el cutis de sal, abría en la arena,
blancas
pupilas de inocentes conchas.
La
noche cobra sus precisas huellas
con
chapines de fósforo y espuma.
Mientras
yerto gigante sin latido
roza
su tibia espalda sin venera.
El
cielo exalta cicatriz borrosa.
Al
ver su carne convertida en carne
que
participa en la estrella dura
y
el molusco sin límite del miedo.
(F.G. Lorca, Soledad
insegura: homenaje a Góngora)
Gustave Moreau, The Birth of Venus (Venus appearing to the fishermen) 1828-1898 |
Casi
me amabas.
Sonreías,
con tu gran pelo rubio
donde
la luz resbala hermosamente.
Ante
tus manos el resplandor del día se aplacaba continuo,
dando
distancia a tu cuerpo perfecto.
La
transparencia alegre de la luz no ofendía,
pero
doraba dulce tu claridad indemne.
Casi...
casi me amabas.
Yo
llegaba de allí, de más allá,
de
esa oscura conciencia
de
tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas,
donde
el viento caducó para las rojas músicas;
donde
las flores no se abrían cada mañana celestemente
ni
donde el vuelo de las aves
hallaba
al amanecer virgen el día.
Un
fondo marino te rodeaba.
Una
concha de nácar intacta bajo tu pie, te ofrece
a
ti como la última gota de una espuma marina.
Casi...
casi me amabas.
¿Por
qué viraste los ojos,
virgen
de las entrañas del mundo
que
esta tarde de primavera
pones
frialdad de luna sobre la luz del día
y
como un disco de castidad sin noche,
huyes
rosada por un azul virgíneo?
Tu
escorzo dulce de pensativa rosa sin destino
mira
hacia el mar. ¿Por qué ensordeces
y
ondeante al viento tu cabellera,
intentas
mentir los rayos de tu lunar belleza?
¡Si
tú me amabas como la luz! No escapes,
mate,
insensible, crepuscular, sellada.
Casi,
casi me amaste. Sobre las ondas puras
del
mar sentí tu cuerpo como estelar espuma,
caliente,
vivo, propagador. El beso
no,
no, no fue de luz: palabras
nobles
sonaron: me prometiste el mundo
recóndito,
besé tu aliento, mientras la crespa ola
quebró
en mis labios, y como playa tuve
todo
el calor de tu hermosura en brazos.
Sí,
sí, me amaste sobre los brillos, fija,
final,
estática. El mar inmóvil
detuvo
entonces su permanente aliento,
y
vi en los cielos resplandecer la luna,
feliz,
besada, y revelarme el mundo.
(Vicente
Aleixandre, Casi me amabas)
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