sábado, 18 de agosto de 2012

EL laberinto de Borges





De nuevo Navegando se acerca hasta el gran escritor argentino Jorge Luis Borges. No es esta la primera ocasión en que el bonaerense  ocupa nuestro espacio por lo que ya conocemos su manifiesta admiración por el mudo clásico, demostrada desde su infancia cuando a los siete años ya escribe en inglés un texto sobre mitología griega, que el propio Borges recordaba así: “Debió de haber tenido unas quince páginas, con la historia del Vellocino de Oro y el Laberinto y Hércules, que era mi favorito, y después algo sobre los amores de los dioses y la historia de Troya.”

Visto lo anterior parece consistente pensar que la cultura clásica llena un importante espacio en la obra de Borges, como efectivamente así es. Bien, pues dentro de los temas clásicos uno de los más recurrentes es sin duda el del laberinto. El conocido episodio mítico del Minotauro. Recordemos brevemente de qué va este mito: El Minotauro es un hombre con cabeza de toro, hijo de la unión de Pasífae, reina de Creta, con un toro. ¿Cómo ha podido suceder algo así? Aclaremos que el toro había sido enviado por Posidón para ayudar a Minos a obtener el gobierno de Creta, pero Minos se negó a sacrificar este animal al dios del mar, lo que desató la cólera de este utilizando en su venganza  a la mujer del rey cretense que víctima de las intrigas de Posidón se enamora del animal. Pasífae, marioneta en manos del dios, en su deseo de unirse al toro le pidió a Dédalo que la ayudase, a lo que este accedió creando una ternera en la que se escondió la reina. Consumada la unión, nace el Minotauro al que Minos esconde en un laberinto construido por Dédalo. Allí el hombre-toro era alimentado con jóvenes que procedían de Atenas (como pago al gran rey de Creta). Hasta que un día el hijo del rey Egeo de Atenas, llamado Teseo se ofrece voluntario al sacrificio con la firme idea de acabar con el Minotauro. Para conseguir su propósito, Teseo contó con la ayuda de Ariadna, hija de Minos, la cual le entregó un ovillo de hilo para que el ateniense pudiese salir del laberinto tras haber dado muerte al monstruo. Así sucedió, así nos lo relata el mito.

Volvamos nuestra vista de nuevo a Borges y al “laberinto”, muy presente en su obra, especialmente en el relato “La casa de Asterión” (incluido en El Aleph del año  1949). En él no se rememora simplemente el mito griego sino que el laberinto representa una visión metafísica del mundo. Es muy interesante sentir cómo Borges se identifica con Asterión, el monstruo encarcelado, frente a Teseo, el héroe triunfador.
Siguiendo las palabras de Larrañaga de Bullones al respecto, entendemos que con el laberinto Borges simboliza el universo exterior, su inmensidad y falta de salida, pero, también representa el mundo interior del hombre, sus caminos enmarañados. Inferimos asimismo que el Minotauro une entorno a sí tres símbolos: por un lado está el hombre encerrado en su laberinto, protagonista de su mundo interior y exterior, prisionero que no consigue comunicarse; por otro lado el Minotauro es símbolo de Borges, un ser extraño y monstruoso que vive aislado, alejado de los demás en su doble condición de hombre y escritor, y como el Minotauro su sustento es el hombre; por último, el Minotauro es el destino, siempre otro, siempre el mismo.

Concluyo este breve acercamiento al laberinto de Borges con la clara idea de que todos estamos dentro de un laberinto, el de nuestra propia vida, conscientes del ataque al que continuamente estamos expuestos, esperando que Ariadna nos muestre el hilo para vencer a ese monstruo que nos espera, nuestro destino, al que nos enfrentamos en soledad sin la esperanza de un Teseo que nos rescate de nuestra propia prisión. 



El laberinto

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes que es mi destino.
Rectas galerías que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.


El poema leído por Borges