sábado, 29 de marzo de 2014
Carta sin despedida. Ángel González / John Coltrane
A veces,
mi egoísmo me llena
de maldad,
y te odio casi
hasta hacerme daño
a mí mismo:
son los celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin remedio,
mi querido
hermano y parigual en la desgracia.
A veces –o mejor dicho:
casi nunca–,
te odio tanto que te veo distinta.
Ni en corazón ni en alma te pareces
a la que amaba solo hace un instante,
y hasta tu cuerpo cambia
y es más bello
–quizá por imposible y por lejano.
Pero el odio también me modifica
a mí mismo,
y cuando quiero darme cuenta
soy otro,
que no odia,
que ama
a esa desconocida cuyo nombre es el tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,
igual que tú,
largo el cabello.
Cuando sonríes, yo te reconozco
identifico tu perfil primero,
y vuelvo a verte,
al fin,
tal como eras, como sigues
siendo,
como serás ya siempre, mientras te ame.
(Ángel González, Carta sin despedida)
sábado, 22 de marzo de 2014
Hoy hablamos de Historia. La Península Ibérica en los escritores griegos y romanos. Sobre la derrota de los astures.
© Amelia G. Suárez
|
Descubrir la Historia es aprender a
conocernos mejor a nosotros mismos. Para saber quiénes somos es necesario que
entendamos de dónde venimos, y para ello disponemos de diferentes recursos.
¿Cómo eran los pueblos que habitaban
la Península Ibérica en la Antigüedad? Gracias a las referencias que aparecen
en escritores griegos y romanos disponemos de una inestimable información sobre
los diferentes territorios e indígenas que poblaban estas tierras desde la etapa
que conocemos como Protohistoria. Si bien es justo reconocer que en ocasiones
no resulta fácil discernir entre mito, leyenda y realidad.
Ya en Homero, Hesíodo
y Estesícoro encontramos las más antiguas aunque imprecisas y legendarias narraciones sobre las tierras de
la Península Ibérica conocidas entre los griegos de los siglos VIII, VII, VI
a.C. como lugares lejanos pero de incalculable riqueza, así se recoge en la
descripción de los viajes de Heracles y el episodio de los míticos rebaños de
Gerión, o la monarquía de Gárgoris y Habis. Pero será Rufo Festo Avieno (Etruria, finales
siglo IV a. C.) y su memorable Ora Marítima
el primer autor que realice una descripción ponderada de la costa mediterránea
peninsular al tiempo que emplea el término “Híberos” puesto que los griegos
habrían denominado Iberia a la zona habitada por los Tartesios.
Junto con Avieno nos encontraremos otros
escritores grecorromanos de suma importancia por los datos que aportan sobre
nuestra Península: Polibio, Heródoto, Estrabón, Pomponio Mela, Plinio El viejo, etc. pero a ellos volveremos,
si el tiempo me lo permite, en futuras entradas. Porque ahora quiero centrar el
tema en los pueblos norteños, especialmente en los astures. Ya Estrabón (63
a.C. - 21 a.C.) en su Geografía escribió sobre ellos: "Aquí hay un pueblo de
gran fuerza, de ánimo levantado, de eficaz habilidad, dominando a todos la
pasión por el comercio; con barcas de pieles cosidas surcan valerosamente el
turbio mar y el abismo del Océano lleno de monstruos; pues ellos no supieron
construir sus naves con madera de pino ni de acebo, ni tampoco con el abeto
curvaban las barcas como es costumbre sino que, cosa digna de admiración,
siempre construían las naves con pieles unidas, recorriendo con frecuencia
sobre tal cuero el vasto mar".
Tras el geógrafo
e historiador griego será Floro el segundo autor que haga referencia a los astures
como uno de los dos pueblos más fuertes
de Hispania (junto a cántabros), gentes con un valor y sentido de la libertad
extraordinarios que les hizo oponer feroz resistencia a la dominación romana lo
que obligó al propio emperador Augusto a venir personalmente a tierras hispanas
para enfrentarse a aquellos valerosos norteños que tantos problemas estaban
acarreando al todopoderoso Imperio Romano. Bien, pues ahora
os propongo la lectura y comentario de un fragmento de este historiador romano en el que
relata la derrota de los astures.
“Durante
esta misma época los astures, formando una enorme columna, habían bajado de sus
nevadas montañas. Su ataque no se lanzó a la ligera, al menos para los
bárbaros, sino que después de haber establecido su campamento a orillas del río
Astura y dividido sus fuerzas en tres grupos, se disponen a atacar a un mismo tiempo
tres campamentos romanos. La lucha contra enemigos tan valerosos, cuya llegada
había sido tan rápida y tan bien concertada, habría sido dudosa y sangrienta,
si los bringuecinos no les hubiesen traicionado y hubieran avisado a Carisio
(el legado romano). Supuso para nosotros una victoria el haber impedido sus
proyectos, sin poder evitar, en cualquier caso, una lucha sangrienta. El resto
del ejército (astur), en retirada, fue acogido en la ciudad de Lancia, muy
fortificada, donde la disposición de los lugares hizo la lucha tan encarnizada
que, después de la toma de la ciudad, los soldados (romanos) reclamaban
antorchas para quemarla, y su general a duras penas pudo salvarla, asegurándose
que la ciudad acogería mejor la victoria romana si estaba intacta, que si era
incendiada. Tal fue el final de las campañas de Augusto y también de la
revuelta de Hispania; su fidelidad fue asegurada al punto, lo mismo que una paz
eterna, gracias al cambio sobrevenido en el temperamento mismo de sus
habitantes, desde entonces más dispuestos a llevar una vida pacífica, así como
a las medidas de Augusto.
Temiendo
la confianza que les inspiraban sus montes, refugio seguro para ellos,
(Augusto) les obligó a habitar y vivir en el emplazamiento de su campamento,
puesto que estaba en el llano: allí se celebraría la asamblea de la nación y
deberían conservar ese lugar como capital. Estas medidas se veían favorecidas
por la naturaleza del país: toda la región vecina contenía efectivamente oro,
malaquita, minio y abundancia de otros productos. En consecuencia, Augusto
ordenó que se explotase el suelo: así, los astures, esforzándose en trabajar la
tierra para el provecho de otros, comenzaron a conocer sus propios recursos y
riquezas.”
Sobre la derrota de los astures. Floro II, 33, 54-60
Comentario.
Nos encontramos ante un texto historiográfico
escrito por Lucio Anneo Floro (siglo I-II d. C), historiador romano y autor de Epítome, un compendio de la historia de
Roma en cuyas páginas encontramos diferentes referencias a Hispania, especialmente
interesante en cuanto que el autor relaciona la Península con el destino de
Roma.
En su obra Floro reseña, entre otros episodios, los
acaecidos durante las denominadas Guerras Cántabras (29-19 a.C.), esto es, los
enfrentamientos bélicos que Augusto entabló contra astures y cántabros, una
larga campaña de conquista que dirigió
personalmente con la que completó el
sometimiento del territorio de la Península Ibérica. Estas Guerras ya habían
sido descritas por otro historiador romano, Tito Livio, persona cercana al
círculo del emperador Augusto. Lamentablemente no disponemos de este relato de
Tito Livio más que a través de los resúmenes que del mismo realizó Floro en su
trabajo. Por lo tanto el texto objeto de este comentario pertenece a una época
claramente posterior a la de los hechos narrados.
Si bien la obra en que se incluye el fragmento Sobre la derrota de los astures tiene un
marcado carácter histórico y está escrita para un público general debemos
recordar que Floro quiere transmitir a modo de panegírico las proezas, la
gloria de Octavio Augusto el hombre que creó un nuevo régimen político en la
Historia de Roma, el Imperio. Significativo que en el texto el autor muestre su
parcialidad al considerarse integrante del bando vencedor (supuso para nosotros una victoria el haber impedido sus proyectos…)
con todo lo que ello supone de subjetividad.
El texto. La idea principal que extraemos de su
lectura es que el episodio bélico entre astures y romanos supuso la victoria de
Augusto y con ella la derrota de uno de los pueblos que más tenazmente se
habían resistido a la dominación romana, así pues toda Hispania queda bajo el
control del César.
Floro detalla los enfrentamientos entre ambos
bandos destacando el valor de los astures y la buena estrategia seguida al
planear un ataque simultáneo sobre los tres campamentos romanos posiblemente
ubicados en distintos tramos del río Astura
(el centro de operaciones de los romanos y base de un importante contingente de
tropas estaba asentado en el enclave de Asturica
Augusta, Astorga).
Siguiendo la narración del historiador el factor
que decantó la victoria a favor de Carisio, legado de Augusto en Lusitana, fue
la traición de los bringuecinos al delatar los planes astures. Deducimos por
sus palabras que la lucha entre ambos bandos debió ser muy dura, extremadamente
cruenta.
En cuanto a los escenarios concretos de los
combates no existe un consenso entre los investigadores. Sobre los lugares que
se mencionan en el texto y considerando que los astures ocupaban más o menos
parte del territorio de la actual Asturias, León y Zamora, podemos situar las nevadas montañas de las que
descendían los astures en los Montes de León, en tanto que el mencionado
campamento astur a orillas del río Astura
podría corresponder al actual río Esla y la ciudad de Lancia, refugio de los astures en su retirada, estaría relacionada
con el castro de Las Labradas situado en el municipio de Arrabalde en Zamora.
El territorio de los bringuecinos sería el actual Benavente.
Una vez derrotados los astures, los romanos queman los castros, matan o
esclavizan a los hombres al tiempo que les obligan a abandonar las montañas y
asentarse en ciudades con guarniciones romanas. Estas medidas sirvieron para
terminar con las revueltas pero no debemos olvidar que en estas zonas
pervivieron costumbres y usos ancestrales porque el proceso de asimilación de
la cultura romana fue más superficial que en otros lugares de Hispania.
En cuanto a los intereses romanos en la región de
los astures son varios. En primer lugar recordemos los motivos personales y de interés político de
Augusto puesto que le convenía sumar a su ilustre carrera militar la victoria
sobre un pueblo extranjero lo que elevaría su prestigio en la propia Roma. De ahí
que ante las incursiones y sabotajes cántabros y astures sobre los pueblos ya
romanizados decidiese entablar las luchas contra los rebeldes. Con ellas
conseguiría además evitar focos de sublevación e independencia. A estos
intereses políticos debemos añadir los económicos pues esta zona geográfica
poseía ricos yacimientos de oro que
contribuyeron a mejorar la economía del Imperio. De hecho Floro alude
explícitamente en el texto a la riqueza de la región en oro, malaquita, minio y
otros productos. Motivo del que se sirve para realzar la figura de Augusto al
recordarnos que gracias a su idea de explotar el suelo los astures habían
conocido las riquezas de su propia tierra.
viernes, 21 de marzo de 2014
Epigrama de Antífilo de Bizancio: Bajorrelieve de Arquelao de Priene
Bajorrelieve de Arquelao de Priene |
–Libros, ¿De quién sois? ¿Qué lleváis dentro?
de la historia de Ilión.
Uno de nosotros narra la cólera de Aquiles,
las hazañas de la
mano de Héctor
y las batallas de los diez años de guerra;
el otro las penalidades de Odiseo y las lágrimas
de la virtuosa Penélope junto al lecho vacío.
–Sed benévolos en
compañía de las Musas,
pues gracias a vuestros cantos
los siglos afirman que son once las Piérides[ii].
(Antífilo de Bizancio, AP
II 58, Edit. Gredos)
Este epigrama parece corresponder a la descripción del bajorrelieve de Arquelao de Priene (aprox. 125
a. C.) cuya copia se conserva en el Museo Británico y representa la
apoteosis de Homero con la Iliada y la Odisea personificadas.
Buscando la imagen casualmente encontré un artículo sobre este bajorrelieve, adjunto el enlace,
jueves, 20 de marzo de 2014
¡Primavera!
© blacksmithseye |
¡Ya está aquí la Primavera!
Después de un largo y lento invierno llega por
fin la alegre primavera. Veo, siento, disfruto cada rayo de sol, los colores
que me rodean, las palabras que me acompañan, las tuyas, las suyas, las
vuestras que cada día me hacen más feliz.
No desperdiciemos nuestra oportunidad
y hagamos lo mejor que podemos hacer, ¡VIVIR!
¡Toda la primavera dormía entre tus manos!
Iniciaste en un gesto la fiesta de las rosas
y erguiste, enajenada,
esa flecha de luz que impregna los caminos.
¡Toda la primavera!
Fervores del instante transido de capullos,
gracia tímida y leve del perfume sin rastro,
caricias que despiertan el sexo de las horas.
Brotaron de tus palmas en éxtasis gozoso
los trinos y las brisas. Y tu ademán secreto
despertó en rubores la pubertad del mundo.
¡Todo vino por ti! Porque tus manos lentas
ciñeron brevemente mi carne estremecida,
porque al rozar mi cuerpo
despertaste una flor que trae la primavera.
Ernestina de Champourcín,
Primavera
¡¡Vivaldi!!
domingo, 16 de marzo de 2014
Un viaje sin retorno a través de la música, el tiempo, el mar, el amor, la vida y la muerte... José Hierro / Schubert
© Christophe Walinski |
Lee y escucha. No digas
nada…
I
Apenas vaho sobre el cristal
con ademanes de ceniza, con estelas de niebla,
señala el mayordomo el lugar reservado
a cada uno de los comensales,
y susurra sus nombres con sílabas de ráfaga.
Franz –todos– bebe copas, copas, copas
de un oro ajado, de un resplandor marchito,
una luz madura en otras tierras
diluidas en la memoria.
¿Dónde estarán los compañeros que no ve?
Acaso fueron arrastrados por las aguas de Heráclito
hasta donde el ocaso se remansa y languidece.
Han cesado las risas. Las palabras son ascuas.
Todo es en ese instante
desolación, herrumbre, acabamiento.
Huele a manzanas y a membrillos
demasiado maduros.
A través del ojo de buey
Franz contempla los días
que se aproximan navegando.
La ciudad que lo espera le saluda
con sus brazos alzados a las nubes,
enfundados en terciopelo gris.
Paralizado, congelado, el tiempo
va adquiriendo la pátina de estar atardeciendo
otoñándose sobre el mar,
sobre la muerte, sobre el amor, sobre la música
que se libera, misteriosamente,
de nadie sabe qué prisiones.
II
Esta música lleva mucha muerte dentro.
El amor lleva dentro mucha música,
mucho mar, mucha muerte.
La muerte es una amor que habla con el silencio.
El amor una melodía hija del mar y de la muerte:
asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena
hasta asfixiarlo despiadadamente.
III
La nave fantasmal –pero real– navega
sobre el amor, sobre la muerte
(también sobre el olvido),
y glisa sobre el arpa de las olas,
navega sobre el agua como el laúd sobre la música
(y es que música y mar tiene el mismo origen).
Este mar lleva dentro mucha música,
mucho amor, mucha muerte.
Y también mucha vida.
IV
...Y también mucha vida.
No sólo la que testimonia
el hervor de los brazos blanquísimos de las olas
al otro lado del cristal –solar, lunar – del camarote,
sino la que agoniza en el lado de acá.
Abanicos de plumas y de oro empiezan a girar.
Giran y giran cada vez más vertiginosamente
–acelerando, siempre acelerando –
absorbidos, cautivos, reclamados por bocas abisales,
fraques azules, grises, rumor
de besos y batir de alas,
ojos ennoblecidos por las lágrimas,
labios besados hondamente, que por eso
tienen más vida que quitar,
y el giro, el giro, el vértigo del vals,
el del polaco tísico
que escuchaba en la Valldemosa invernal
golpear insistente sobre el suelo la gota de agua.
El vals futuro, felicidad florida
de la dinastía risueña de los vieneses
resucitados cada 1 de enero en los televisores,
supervivientes de un imperio feliz e injusto
que ya no puede ser.
Son absorbidos, chupados, esclavizados
por lo hondo tenebroso. En el embudo
caen y desaparecen gorjeos de las aves
de los bosques de Viena, huéspedes de las ramas
húmedas de los tilos y los abedules,
aroma de grosellas y frambuesas,
de fresas y de arándanos: todos aprisionados
en las redes de escarcha del otoño.
El implacable sumidero
devora tules, sedas, lámparas de luz azulada,
nubes que se suicidan arrojándose
al hueco que termina
en el corazón verde del mar,
en la hoguera sombría y helada de la nada,
en lo fatal, irreversiblemente mudo.
Los invisibles compañeros
contemplan aterrados y desamparados
ese derrumbamiento que acaba en el silencio.
V
... El silencio que surca el ataúd de caoba.
En el silencio Franz contempla, evoca ahora
a sus desvanecidos compañeros.
Con la clarividencia del moribundo
oye su despedida, sus adioses
con voces de violines, de viola, de violonchelos.
Sonaban a diamante y penumbra.
La nave –¿o atáud? – en que Franz llega,
irremediablemente solo, cabecea sobre las ondas,
las azota su quilla con ritmo sosegado:
–chasquido, pellizcado,
pizzicatto sombrío –
entre dos nadas, entre dos nuncas.
VI
...Entre dos nuncas. El recién llegado
contempla el cielo encajonado
entre dos muros, entre dos sombras, entre dos silencios,
entre dos nadas.
Sentado sobre su banco de cemento
saca de su bolsillo unos trozos de pan,
los desmiga. Da de comer a las palomas.
José Hierro, ADAGIO
PARA FRANZ SCHUBERT
(Quinteto en
Do mayor)